Según cuentan, Corea del
Norte es un país militarizado, considerado a sí mismo en guerra con Estados Unidos. Para un gobierno, instalar en
la población la sensación de conflicto bélico le permitirá aplicar medidas de
control de los ciudadanos y justificar, apelando a la defensa o a la prevención,
acciones violentas.
Con demasiada frecuencia observo el uso machaconamente
repetido del término “guerra” para designar situaciones al margen de esa forma
violenta de dirimir que es la lucha
armada. Sabiendo que “guerra” se pueda utilizar por extensión como “cualquier
clase de lucha o de pugna entre personas” y figuradamente: “acción encaminada a
destruir o poner fin a algo”, creo que la insistencia en utilizar ese término,
aunque sea sin intención de manipular, puede llevar a las personas a considerar
determinados hechos como guerra, moviendo a la gente a actuar como si
verdaderamente ese conflicto, más o menos violento, se estuviese produciendo. No
descubro nada nuevo si advierto que determinadas palabras difundidas
regularmente van creando asociaciones mentales capaces de dar por sentados
hechos, teorías e intenciones. Conocemos
las técnicas utilizadas por la propaganda. Eso no quiere decir que tal
manipulación no pueda ser legítima, pero a lo que voy es a señalar que si se
usa el término “guerra” se haga con conocimiento de causa: un uso exagerado e
impropio puede tener consecuencias no deseadas.
Para Clausewitz
(1780-1831), docto en la teoría de la guerra, de importante influencia
hasta nuestros días, la guerra es un duelo a escala vasta y , ese duelo, tiene
como objetivo someter al otro contra su voluntad; su fin a corto plazo es
abatir al adversario para hacerlo incapaz de resistirse.
Supongamos dos entes, el “A” y el “B”. El primero pretende
someter al otro contra su voluntad, pero el segundo no pretende que “A” realice
ninguna acción ni sometimiento. Puede,
incluso, que “B” no responda a la provocación. Está claro que el fenómeno va en
un sentido, no en ambos. Un ejemplo de esta situación podría ser la extorsión
sufrida por determinados comerciantes. ¿Es una guerra? No lo es. Si hay que
aplicar un término sería “acoso”, porque más bien el hecho sería “perseguir sin
darle tregua a un animal o a una persona” y figuradamente: “importunar,
perseguir o fatigar a uno con molestias y trabajos”. Está claro que no es lo
mismo buscar solución a una guerra que a algo que no lo es, aunque se lo
llamemos.
Es cierto que hasta ahora me he referido al uso del término
“guerra” en su sentido más belicoso. Hay otros, como se ve más arriba. Veamos
el uso de “pugna” o ”lucha” por
extensión de “guerra”: siendo la pugna una “oposición entre personas, partidos
o naciones”, interpreto una intención mantenida por oponerse y tampoco se
podría aplicar en un solo sentido. A no ser, rizando el rizo, que la defensa
ante una acción intimidatoria, se considere pugna o lucha. Si al retirar dinero
de la caja intentan quitártelo podrás pugnar y hasta luchar, ¿estás en guerra? ¿Cuál
es la solución adecuada? ¿Negociación para terminar la guerra?
Pasemos al sentido figurado: “acción encaminada para
destruir o poner fin a algo”. Está claro que si no hay intención de destruir no
hay guerra. Es verdad que se puede declarar la guerra al delito, al hambre, al
cambio climático, a la corrupción y a todo lo que a uno se le pueda ocurrir, pero
son guerras conceptuales; denotan una intención clara, con todos los medios
posibles para conseguir el efecto. Es evidente que referirse a esta clase de
guerras no implica sesgo susceptible de utilizarlo para manipular.
Espero que lo escrito, también en otras ocasiones, no se
considere acción bélica para someter a alguien, ni para pugnar o luchar. Es,
simplemente, pretender, según mi
criterio, que se utilicen los términos con propiedad y para recordar la responsabilidad
que tienen todas las personas en sus acciones y omisiones. Yo no estoy en
guerra.
¡Vaya! Nos hemos puesto serios cuando The Interview es una
broma de principio a fin girando en torno a la interpretación de James Franco.
Película con guiño a Con faldas y a lo loco en su escena final, que tuvo la
habilidad de ponerme de buen humor.
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