martes, 27 de enero de 2015

Aguante y sentimiento: viaje por el Mediterráneo de la mano de Miguel Ángel Berna y su compañía


Un fraile franciscano, desde su escondite, presencia una conversación y la ocultación de un pergamino de contenido comprometedor. Cuando se encuentra solo, se lleva el escrito metiéndolo  en el interior de los calzones.  Más adelante lo copiará, ocasión que el autor de Los hijos del Grial, Peter Berling, utiliza para darnos a conocer el texto subversivo. Este resulta ser  un feroz ataque al cristianismo, desde sus comienzos hasta la época que se relata, en la primera mitad del siglo XIII. Por la forma en la que el contenido está incluido en el conjunto y por la carga emocional que trasluce, interpreto que es el mismo pensamiento de Berling  el que leemos. Esa evolución del cristianismo, calificada de vergonzosa en el relato, es la que se apresta a contrarrestar el autor del pergamino.  En él se responsabiliza  a los que han enfrentado a las dos grandes religiones existentes en la edad media  de convertir el  mar Mediterráneo en un abismo que separa a Occidente de los países de Oriente, cuando debería ser  un puente; lo que quiere no es el Mare Nostrum  romano  sino la mediaterra que debería hermanar  culturas y religiones.
He tenido la fortuna de asistir al espectáculo Mediterráneo de Miguel  Ángel  Berna y su compañía de danza, y recordé el texto de Los hijos del Grial: un mar para la paz, el entendimiento y el progreso.
La creación de Berna es un poema a base de música y letra, de danzas vestidas con telas que son olas y espuma; de bandurria, laúd y castañuelas en mixtura de Aragón con las riberas besadas por el Mediterráneo.
"Aguante y sentimiento" se escucha en la emocionante jota. Hay aguante en el giro acelerado levantando el vuelo, en el virtuosismo rítmico de la música resultante de la unión de la castañuela y el dedo corazón, en la potencia puesta en la nota saliendo de la garganta… Y  el sentimiento: logró la conexión especial, particular porque es de cada persona que presencia y general porque implica al conjunto de los espectadores, que llaman “química”, aunque llamarla sentimiento me gusta más. Bailarines, cantantes, actores, incluso profesores y oradores, todos aquellos con un auditorio ante sí,  experimentan a veces la entrega total del público. Este, entonces, responde con la emoción, con sensaciones en la piel, con una corriente inmaterial recorriendo las butacas. La tensión producida escapa con exclamaciones y se descarga con el aplauso rabioso.
Así es Mediterráneo, la creación de Miguel Ángel Berna hablándonos del mar que nos une, de esas tierras de corazón cálido con olor de azafrán, de fruta, de huerta  y de viento marino; unos lugares de sol generoso mostrando un derroche de azules y blancos. Ojalá no nos roben el Mediterráneo con brumosos vientos del norte queriendo imponer su hegemonía y uniformidad.
El espectáculo logró traer a flote un sentimiento de pertenencia por encima de países y fronteras, y el orgullo de sentirse incluido en la cultura mediterránea. Miguel Ángel Berna y su compañía consiguen que nuestro mar sea más terramedia.


Binibèca, Menorca
















martes, 20 de enero de 2015

Ferro producciones

Más allá de los grandes, rimbombantes y presuntuosos fastos culturales  existe una red de pequeñas compañías de todo tipo que con su trabajo llevan fuera de las grandes capitales espectáculos diversos. La labor de de esas creaciones, de esas producciones, generalmente es poco reconocida, y he recordado otras situaciones  en las que, al contrario, loas e incienso ensalzan a selectos habitantes del mundo creativo.
Muchas veces, al ver esas masas sentadas frente a un escenario donde se van desgranando reconocimientos y se imponen medallas,  me pregunto si esas obras y trabajos premiados influyen realmente en la difusión de la cultura; si los medios desplegados se justifican, visto después el impacto social. A esos niveles, y no me refiero solamente al cine,  los que forman parte del mundillo se premian a sí mismos y el resultado es proclamado a los cuatro vientos con altavoces;  pero tengo la impresión de que a la mayoría de la gente le importa poco; y parece un mundo cerrado donde las relaciones y la pertenencia al club, dentro de unos parámetros, son fundamentales para llevarse un trozo del pastel. Me gusta utilizar el término endogamia para referirme a ello.  Reconozco que esta situación no se da solamente en el mundo del espectáculo y de la cultura, otras profesiones y actividades existen solo para ellas mismas. Son mundos aparte que producen para su propio consumo, lo transmiten para sí mismos, hablan de ello entre sí, y organizan galas para premiarse unos a otros. En el fondo, no hay nada que objetar a que grupos de personas monten los espectáculos que quieran, destaquen a quien les parezca, se alborocen y emocionen; el problema es el combustible que alimenta todo ese engranaje. Sí, la pregunta es: ¿quién paga?
Cuando se destinan fondos públicos a una actividad, la que sea, hay que abrirla y democratizarla; se debe procurar la participación de la gente, difundir al máximo las obras, y que los premios, si ha de haberlos, sean asignados por  espectadores y usuarios.
Alabo las producciones alternativas, con pocos medios, sin campañas de marketing. Apoyo a los artistas que renuncian a los premios institucionales o gremiales: quiérase o no, el premio obliga, te introduce en el redil, te sube a la correa de transmisión. Busca, si quieres buscar algo, solo el aplauso popular: es espontáneo y libre de ataduras.
La cultura necesita recursos económicos, pero con el objetivo de que la población pueda acceder a ella. Es necesario reducir impuestos y subvencionar para que el disfrute de la música en vivo, el teatro, el cine, los museos, la literatura y el conocimiento no sean artículos de lujo. Redúzcase el precio de la entrada en teatros y auditorios cuando han sido creados por instituciones públicas; si lo han pagado todos, deben estar al alcance de todos.

Es la ayuda pública, a pequeña escala, la que reivindico; la que está pegada al ciudadano y le permite el acceso a las obras creativas en el pequeño local municipal de su pueblo  o de su barrio. Al igual que la pequeña empresa es fundamental en el tejido productivo de España, el fomento de pequeñas compañías que inunden el país con proyecciones,   actuaciones y representaciones dará  vida a la verdadera cultura.




martes, 13 de enero de 2015

"Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?"

Rosa Pumasupa

Si hubieras visto a Rosa no podrías olvidar los ojillos, oscuros, muy redondos y vivarachos, destacando en su rostro. Te darías cuenta de que, al mirarte, podías percibir en ellos algo que estaría entre la interrogación y la súplica. Arrugada como nunca hayas visto: un mar de surcos tenía en la cara. De poca estatura, menuda; con el pelo entrecano, muy tirante, y recogido en larga coleta.
Si pasearas por las pocas calles de su pueblito, junto a Vilcanota, la podrías ver sentadita ante la puerta de la casa, al calorcillo del sol, con sombrero, y bajo el poncho que ella misma tejió. Porque Rosa tejía y tejía; se pasó la vida tejiendo. Sí, había épocas, cuando tocaba, en las que colaboraba con el resto de la familia en las cosechas de maíz, tomate y calabaza; pero su principal ocupación fue manejar el pequeño telar donde trabajaba. Bueno, eso y cuidar, primero, de sus padres; luego, del marido y de la prole; después, de los nietos, amén de toda suerte de parientes más o menos cercanos que le pudieran encomendar.
No era muy mayor, no creas; le faltaban todavía un par de años para los setenta; pero al ver sus manos nudosas, retorcidas, hechas un manojo de huesos, pensarías en alguien de mucha más edad. ¿Sabes? No solo eran las manos; no se podía vestir, peinar, lavar, casi ni comer, sin ayuda. Si le preguntaras, te diría que lo que más pena le daba era no poder ayudar a Milagros, su nuera, la mujer de su hijo Miguel, con los críos; sobre todo con William, el más inquieto de todos.

Los médicos

Manuel Castillo salió de la casa de Rosa acompañado del médico en prácticas Alejandro Ramos. El primero tenía a su cargo la asistencia sanitaria de un amplio conjunto de pequeños pueblos y aldeas situados entre colinas a una treintena de kilómetros al este de Cuzco. Una vez a la semana realizaban las visitas domiciliarias a los enfermos crónicos de la población. Rosa Pumasupa era la última paciente a visitar en el lugar. El siguiente grupito de casas distaba tan solo unos centenares de metros y los médicos decidieron caminar, aprovechando la bondad de la mañana, en lugar de utilizar el vehículo.
Pocas veces he visto una artrosis generalizada tan intensa como la de Rosa, la mujer que acabamos de visitar le dijo Castillo, el médico veterano, a Ramos. Era una persona muy activa. Y ahora, ya ves, necesita bastante ayuda.
Sí; es una pena. Suerte que tiene a su hija para atenderla comentó Ramos acompasando su caminar al del otro médico.
¿Quién? ¿Milagros? dijo Castillo apartando su vista del frente para mirar un instante a su interlocutor. Hija, pero política: es su nuera. Da lo mismo; para los efectos son madre e hija. Así suele ser por aquí. Y se tratan con gran consideración y respeto.
Ahora, el médico en prácticas miró enseguida a Castillo para decir:
            La verdad es que la nuera tiene mérito; he podido observar el cariño con el que la cuida. Y no siendo de su sangre…
            Pues mira Alejandro, yo creo que no hace falta tener la misma sangre, o sea, ser pariente cercano, para sentirse obligado a cuidar a alguien señaló Castillo con determinación y sin apartar la vista del camino. Y al contrario: ser familiar cercano no debe implicar sumisión ni obligación, a costa de cualquier cosa, por razones de sangre; es necesario algo más. En muchas ocasiones la relación familiar se convierte en una especie de  tiranía de uno hacia el otro mediante demandas que hay que aceptar porque sí, porque los familiares se tienen que aguantar mutuamente; como si hubiese un mandato superior que te encadenara, que te obligase a soportarlo todo. ¿Sabes por qué sucede esto?
            No sé. Quizás por tradición contestó el joven médico, mirando al otro.
                —Se cree que la relación entre padres e hijos adultos va a superar cualquier circunstancia porque existe una unión muy fuerte, de tipo moral, entre ellos. Cuando se piensa que algo es seguro, que no se va a perder, no se cuida. Si se falta al respeto, se abusa, parece que no tiene que pasar nada porque son familia. Si quieres mantener una relación afectiva de otro tipo te dices: esto se puede acabar. ¿Qué haces? Te esfuerzas por agradar, por no dar motivos de queja y demostrar que se está bien contigo. Pues lo mismo debería imperar en las relaciones familiares.
            Es lógico lo que dices. Lo que sucede es que debemos mantener las relaciones familiares por si necesitamos ayuda en un futuro, ¿sí? A mí me parece que muchas veces se pone en los hijos la esperanza de que nos cuidarán cuando seamos viejos, en compensación al cuidado de los padres en la infancia dijo Ramos con resolución.
Suspendieron momentáneamente la conversación; se apartaron del camino para dejar pasar a un hombre que guiaba a una caballería cargada con panochas. El campesino y los médicos se saludaron y estos reanudaron la marcha y la charla.
            Es triste comenzó a decir Castillo al empezar a andar buscar qué podemos sacar de los hijos o utilizarlos como seguro de asistencia en la vejez. Cuando se es madre o padre debes tener claro que, por un tiempo, te anularás en gran parte, suspenderás ocio, interrumpirán tu descanso, podrá haber quebranto económico y vivirás pendiente del más leve malestar de tu criatura. Esta entrega será maravillosa si no esperas de los hijos compensación alguna, si no los utilizas para satisfacer tu ego, si no descargas en ellos tus frustraciones; y siendo consciente, además, de la posibilidad de que te olviden y no se ocupen de ti cuando los necesites. Es darte sin esperar nada a cambio.
Recorrieron un trecho en silencio, madurando el último comentario. Después, tímidamente, el joven aprendiz de médico le dijo a su compañero, mirándole:
            No tienes familia, ¿sí?
El médico veterano sonrió; sin dejar de caminar puso, brevemente, el brazo derecho sobre los hombros de Ramos.
            Te podría contar una larga historia. Las gentes de estas tierras dijo Castillo, al mismo tiempo que señalaba el terreno circundante con la mano izquierda son mi familia; su trato es noble y sincero, sin dobleces. Este pueblo ha sido muy maltratado; ya sabes que, incluso, sufrieron un programa de esterilización forzosa. Soy feliz cuidando de su salud.
            Y estoy seguro de que, llegado el caso, te cuidarían a ti dijo el joven.
Se miraron con complicidad. Guardaron silencio. Castillo lo rompió.
            ¿Qué harás cuando puedas ejercer la medicina?
            Me esperan en una clínica privada en España, en las Islas Canarias. También es una larga historia.
            Mira; hemos llegado.

La película

            Está muy bien tu relato, pero tendrás que decir algo de la película, ¿no?
            Ya. De “Dios mío, ¿pero que te hemos hecho?”. Sí, te ríes y eso.



lunes, 5 de enero de 2015

La Muerte en Venecia, la muerte

Mi primer acercamiento a La Muerte en Venecia se produjo a través de la adaptación cinematográfica de Visconti. Cuando la recuerdo, emerge el rostro de Dirk Bogard observando a través de sus lentes las idas y venidas de Tadzio.  Después,  el relato de Mann, sujeto, inevitablemente, al ambiente, a los rostros y a las escenas de la película; desventajas de llevar la literatura al cine. Como corresponde, en la  ópera de Britten se acentúa la carga dramática; todo es más intenso: la obsesión, el estupor, el sufrimiento, los sueños…
Un relato, una película y una ópera; un trío generador de múltiples estudios sobre sus  autores, desde los puntos de vista artísticos y técnicos  hasta sus motivaciones profundas. De la misma manera, poco queda ya por decir del protagonista Aschenbach. Como suele suceder, se han escrito múltiples visiones del mensaje que el escritor alemán pretendía transmitir con su obra, aspecto inevitable de la creación literaria. En muchas ocasiones los artistas pretenden, con sus obras, expresar ideas, objetivos, explicaciones, tomar partido. En otras, solo mostrar lo que ven, o han visto,  sus ojos. Otros crean sin ningún interés comunicativo concreto; solo dejan fluir su imaginación en un momento determinado con la única condición de su estado de ánimo y sobre el sustrato, muchas veces inconsciente, de su experiencia vital.  Los investigadores bucearán en el conjunto de las obras de un autor; verán rasgos comunes, identificarán etapas e influencias y propondrán explicaciones, más o menos acertadas; pero,  salvo que se cuente con la explicación del autor, no dejarán de ser  especulaciones sujetas también a ideas preconcebidas, a lugares comunes y a experiencias vitales de críticos y  de  estudiosos. No es difícil encontrar opiniones contrapuestas en el análisis de obras artísticas, ni tampoco costará mucho encontrar quien opina que es una tarea, la de buscar ciertas explicaciones, simplemente, inútil.
La versión operística de La Muerte en Venecia me mueve a dejar fluir la palabra. Obra abundante en hebras para tirar del ovillo. Lógicamente, Aschenbach cuenta con multitud de análisis; no voy a escribir uno más. La presencia de Tadzio es un campo más abierto y las breves pinceladas que lo dibujan en el relato dejan muchas puertas abiertas a la imaginación…

El menor y único varón entre los tres hijos del matrimonio, emparentado, por parte de madre, con los más altos representantes de la nobleza polaca, gozó siempre de una salud envidiable. Un ejército de niñeras y sirvientas procuraba que el infante no sufriera percance ni privación, siendo así desde el momento de nacer. No era para menos; tras el nacimiento de sus hermanas y la muerte en el parto de un varón que podía haber ocupado el tercer  lugar entre los hermanos, la llegada de Tadzio fue una maravillosa ventura para la familia. Pronto dio muestras de cuál había de ser su carácter. Tomó de su madre la facilidad para centrar la atención; su estar sereno y apacible le permitía captar todos los estímulos que el ambiente podía mostrar. Seguramente por no tener necesidad de disputar cualquier cosa que necesitase, la ansiedad y el enojo eran desconocidos para él. Cuando sus hermanas se metían en bizantinas discusiones, el ambiente se le hacía insoportable y, sin darle importancia, desaparecía de la escena; se le podía encontrar, después, apoyado en la balaustrada, contemplando los correteos de los mirlos por el jardín.  Además de las prerrogativas que le daban su sexo y el orden entre los hijos del matrimonio, su forma de ser le otorgaba un gran respeto por parte de sirvientes, hermanas e, incluso, de sus propios padres.
Sus estancias en Venecia, acompañado de la madre, sus hermanas y una criada, le ofrecían la ocasión de salir del ambiente excesivamente formal, y un tanto enfermizo, de la gran casona de Cracovia y de la asfixiante disciplina impuesta por los sacerdotes rectores del colegio. El mismo respeto que le ofrecían en su hogar le tenían los amigos de juegos, con el añadido de la admiración, pues su incipiente adolescencia de catorce años estaba modelando su rostro con bellos rasgos. Lanzarse una  pelota, las carreras por la playa y las animosas reuniones con los amigos en el Lido, mientras las pequeñas olas le lamían los pies, eran la ocupación principal de aquellos días. En los ratos previos a la comida, o mientras se reunía el grupo de amigos, le gustaba acariciar levemente el agua, mostrando, entonces, un aspecto pensativo.
A pesar de la lejanía que le separaba  de la mesa de Aschenbach en el gran comedor del hotel, pudo apreciar la presencia del escritor el primer día que coincidieron en el almuerzo. Al finalizar y levantarse, precedido de su madre y sus hermanas, reparó en la atención prestada por aquel a sus movimientos. Tadzio paró un instante, giró la cabeza y también le miró. El encuentro de miradas se hizo cotidiano entre ellos en los momentos de coincidencia. Junto al mar, el muchacho se sentía observado, al mismo tiempo que jugaba a la pelota, a un tiro de piedra del escritor, que seguía siempre sus movimientos sin perder detalle.
A Tadzio aquellos encuentros visuales  le parecían conversaciones y llegó un momento en que anheló intercambiar palabras;  la presencia de Aschenbach le resultaba familiar. Sentía inquietud por conocer a quien muchas veces se había encontrado con la mirada y mostraba tanto interés en él. Saber quién era, a qué se dedicaba, el país del que procedía y en qué lengua hablaba hubiera saciado la curiosidad del adolescente.

Como en otras ocasiones, pudo ver al escritor observándole, pero algo llamó la atención de Tadzio de tal forma que este desvió un instante su atención del juego, distracción que le supuso el leve impacto,  en el rostro, de la pelota que debería haber sujetado.Generalmente de oscuro, en aquella ocasión Aschenbach vestía un traje claro con algún detalle de color; incluso, al muchacho le pareció ver su pelo  más oscuro de lo habitual.

Días después, contemplando  la vista que se le ofrecía desde su habitación divisó a un paseante solitario camino de la entrada del hotel. Aquello le hizo pensar en el solitario huésped que se sentaba en la playa para verlo jugar. Evocó los momentos en que había sido consciente de su presencia y albergó la esperanza de que en algún momento hubiese un saludo, quizá un breve comentario, aunque fuese en un extraño idioma. Absurdamente, Aschenbach, en ese instante, se encontraba al otro lado de la puerta de la habitación de Tadzio, atenazado por su indecisión, abrumado por sus fantasmas, sumido en una espiral obsesiva. Incapaz de entablar, utilizando la naturalidad,  una relación con la familia polaca y, por tanto, con Tadzio, no pudo ahuyentar  las nubes de la tormenta que estaba soportando.

Después, la marcha. La última mirada. El adiós silencioso. El fin.

Llegado el momento, y a pesar del empeño de la familia por disuadirle, Tadzio, vio en la milicia la ocasión de luchar por los ideales generados en su juventud y comenzó la vida militar en una escuela de oficiales polacos en Rusia.
La violencia, como las epidemias recurrentes, siempre está latente en esa especie fallida que es la humana. También, como en las epidemias, la violencia rebrota con vigor. La destrucción y la masacre asolaron Europa, el mundo.

Al lado de  sus compatriotas, luchadores junto a las tropas del zar, el joven, la obsesión de Aschenbach, cinco años después de su encuentro en Venecia, terminó destripado entre escombros, como tantos otros jóvenes, por los austríacos o por los bolcheviques, ¡qué importa! Con diecinueve años, la vida de Tadzio no dio para más.