miércoles, 29 de noviembre de 2017

ZD contra la telebasura

El Zorro Desenmascarador es un personaje que deambula por pueblos y ciudades, como un héroe de tebeo, sacando a la luz supercherías, pinchando burbujas hinchadas a base de palabrería, luchando contra las versiones interesadas y contra todo aquello que impide el verdadero progreso y la justicia. Aldeabitácora ha mantenido un encuentro con ZD y le ha formulado una serie de preguntas, en animada charla, a este “caballero andante”. Esperamos que la entrevista sea del interés de los lectores.
(Aldeabitácora se responsabiliza de las opiniones de sus colaboradores y entrevistados y las  comparte totalmente.)  

Acaba usted, ZD, de promover una organización, la PEBEP. ¿Qué es PEBEP? Es la Plataforma para la Eliminación de la Basura en los Entes Públicos. En el breve tiempo que llevamos en marcha ya se han adherido cerca de cincuenta instituciones, siendo las primeras que se unieron la Asociación de Afectados por el Rancio Periodismo, el Grupo en Defensa de la Dignidad de la Persona, la Fundación Basura no es Cultura, la Asociación San Bartolomé, el ente Los Vigilantes de los Recursos Públicos y la Agrupación +Nivel, que como sabéis pretende situar a España entre los cinco países del mundo  más avanzados en ética, cultura y responsabilidad social.

¿Qué le movió a crear la plataforma?  Fue una bofetada, en sentido figurado, pero me llegó al alma. Hombre, uno siempre oye cosas respecto al funcionamiento de la televisión, pero cuando lo ves con tus propios ojos, la indignación es tanta que te obliga a actuar.

¿Qué fue lo que precipitó su decisión? Debo ser uno de los primeros afectados por la gripe este año y cuando estás así no tienes ganas de leer  y yo soy de los que para estar en la cama después de salir el sol me tienen que atar. Me tomé un antipirético, me enrollé en una manta y encendí el televisor del salón y quiso la casualidad que me tropezara con un programa matinal que me dejó completamente indignado.

¿Por qué se indignó tanto? Por el hecho de que la televisión pública destine recursos a lo que se ha venido llamando telebasura.  Esto debería hacer reflexionar  a muchos profesionales de los medios, a la sociedad en su conjunto y a los políticos que lo permiten.

Explíquenos, por favor, qué es para ZD la telebasura.  El trozo de programa que soporté, y que tuve que dejar de ver porque la indignación amenazaba con anular el efecto del medicamento que mantenía la fiebre controlada, sería el paradigma de ese concepto. Nunca me han parecido bien las tertulias relacionadas con hechos que podían entrar en la sección clásica de sucesos, especialmente si la investigación judicial está en marcha. Una cosa es informar de un crimen, de la marcha de las pesquisas, de si a las víctimas las han encontrado en un agujero tapado con hormigón, por ejemplo, y otra muy distinta es utilizar esos lamentables sucesos para especular, para utilizar el suceso como cebo al espectador a base de opiniones cuyo valor es escaso. Pero en fin, amarillismo siempre ha habido y puede ser que a alguien le entretenga; si se consumen este tipo de productos se ejerce la misma libertad que cuando se consume comida-basura. Lo que hay que plantearse es si es adecuado mantener ese tipo de programas en la televisión pública.

Pero eso no parece que justifique tanta indignación como usted experimentó. Es que eso no fue lo peor. En ese programa de La 1 mostraron las imágenes de un ciudadano en paseo nocturno con una mujer, recalcando la diferencia de edad, las de otra mujer que se unió a los anteriores para entrar en un local, y queriendo hacer ver, en el reportaje, que lo que podía ser recolocar una bufanda o el cuello del abrigo (en el fondo me da igual lo que fuese) y cierta proximidad física eran demostraciones “cariñosas”, siendo cuestión de comentario posterior la forma en que la verdadera novia del ciudadano, joven también, que estaba ausente, se tomaría la situación. Pero hay más: al ciudadano en cuestión se le localiza en un aeropuerto y, como acuden las moscas a la miel, allí aparece el ilustre periodismo para preguntarle por las “interesantes” imágenes. Y a partir de aquí se pasa del clásico amarillismo a la burda manipulación y el reportaje consiste en intentar dejar mal al ciudadano, puesto que se había quejado de la “información”, mostrando otras ocasiones en que había cuestionado ese tipo de periodismo. Tan burdo era el montaje que, en ocasiones, se podía ver al ciudadano moviendo los labios pero sin poder escuchar el sonido. Solo mostraban aquello que podía interesar al objetivo del reportaje, dejar mal al famoso. Y encima, en un alarde de falta de profesionalidad y de estilo (moneda corriente en algunos periodistas que se creen por encima de todo el  mundo), la periodista se permite encararse con el ciudadano, que ejercía su derecho a mostrar desagrado. No me parece lícito ni moral que la televisión pública gaste dinero en ser telebasura ni en reportajes de tan ínfima calidad ni en las consiguientes tertulias. Los medios de titularidad pública deben ser muy escrupulosos para no ser correas de transmisión de cierto tipo de periodismo.

¿Tienen sentido los medios públicos hoy en día? Pues con este tipo de contenidos nos lo deberíamos plantear. Recuerdo el revuelo en el mundillo que se montó con la eliminación de la televisión pública valenciana. Porque una cosa es la teoría y otra la forma en que utilizan esos medios públicos las fuerzas vivas. En lugar de verdaderos planteamientos de servicio a la sociedad, en ocasiones se pretenden mantener por motivos específicos de la profesión, aunque luego se acuse a la televisión catalana de partidista, a la madrileña de penosa, a la andaluza de  sostener los tópicos, etc. No veo inconveniente en que la sociedad mantenga medios públicos, pero deben dar un plus y no limitarse a sobrevivir imitando a las empresas privadas. Los medios públicos no deben existir para presumir que se tienen, deben aportar algo más, todo lo que, lo mismo que en educación y en sanidad, no puede aportar un negocio: aquello en lo que nadie invertiría, pero que es beneficioso para la convivencia, la justicia, la solidaridad, la participación ciudadana, el conocimiento, la cultura, el rigor, los derechos de las personas, etc.

Pero, quizá, para sobrevivir necesiten recursos que tendrán en función de la audiencia. No cabe duda de que deberán luchar por la audiencia, incluso como motivación profesional es bueno, pero sin competir de mala manera manteniendo  una revista de cotilleos. Dudo mucho que la audiencia del programa que me indignó reporte muchos recursos a la televisión pública. No se trata de emitir cualquier cosa para rellenar. Para eso que pongan documentales sobre las víctimas del franquismo o, simplemente, que no emitan de diez de la mañana a dos de la tarde. Insisto: los medios públicos deben ser algo más, ¿qué aportó el reportaje sobre esa persona “famosísima”? ¿Para eso tenemos televisión pública?

¿Pero no dan lo que la sociedad demanda? Sobre eso habría mucho que decir. ¿En qué quedamos? ¿Las sociedades tienen los medios que se merecen o son los medios los que crean los  estados de opinión y forman a las personas? Porque lo que no está bien es agarrarse a una u otra postura en función de los intereses del momento. A mí nadie me ha preguntado, como ciudadano, cuáles son los contenidos que me interesan. Me limité a elegir a unos políticos que tampoco hablan mucho de contenidos en los medios públicos. Si los medios son tan influyentes, si tienen tanto poder, ¿por qué no entran en el juego democrático y decidimos de verdad lo que queremos hacer con los contenidos de la televisión pública? Y si debe ser un sector al margen de la opinión ciudadana, porque son un oráculo de lo que nos conviene, no se negará que programas como el que vi enfermo tienen de formativo lo que yo de cura.

¿Cómo se pagan, entonces, los medios públicos? Según su criterio no es correcto que promocionen revistas del “corazón” ni las que fomentan esa costumbre de la caza por placer. Si realmente la sociedad considera que los medios públicos son necesarios, como se pagan las embajadas, al ejército, a los diputados o al secretario de un ayuntamiento: entre todos. Si los intereses de verdadero progreso no se van a cumplir y se dedican a sobrevivir constituyéndose en un fin en sí mismos, es mejor cerrarlos y dedicar los recursos a otras necesidades, que hay gente que tiene muchas.


viernes, 10 de noviembre de 2017

Divino, humano

 Aldeabitácora, con la colaboración de Pepe Dintel, ha entrevistado al pensador suizo, mundialmente reconocido, Giulio A. Rousseau. 

La mañana, como casi todas últimamente, es luminosa, y, gracias a ese vientecillo escoba que de cuando en cuando aparece en la ciudad, el cielo está limpio y con ese color que antaño era signo de la salubridad de la capital. A la plaza de Murillo apenas llega un poco de ese sol que hace unos meses se elevaba firme y riguroso por encima de árboles y edificios. El almez amarillea y pronto cederá el protagonismo a los majestuosos cedros, siempre verdes, siempre dispuestos, como guardianes del museo, impertérritos ante el paso del tiempo y los avatares humanos. La cita es en la puerta del invernadero, así que nada más entrar en el Jardín Botánico enfilo el primer camino que se dirige a la izquierda.
 Ya me espera. Le he podido divisar al sobrepasar la caseta donde guardan  aperos de jardinería. Destacan su elevada estatura, la frente despejada, que reluciría al sol si no estuviera en la umbría, y la oscuridad del rostro motivada por una barba ni corta ni larga, según comprobé cuando estuve lo suficientemente cerca. En el momento en el que me reconoció, sacó las manos del  chaquetón de paño negro, en el que destacan cuatro botones frontales, y se aprestó a saludarme. Antes del encuentro recordé la importancia que él da a lo que las manos expresan. Por eso le incomoda que se oculten las manos y no duda en criticar a los que te hablan con las manos en los bolsillos. Dice, aunque sospecho que puede ser una  manía, que hablar con las manos en los bolsillos indica desprecio y posibilidad de traición. La primera vez que le escuché esta afirmación me acordé de aquella canción en la que las manos están dentro del gabán, con una navaja, por lo que pueda pasar.
Buscamos un banco tranquilo, donde nos pudiera llegar algo de sol,  y lo encontramos junto al parterre donde florecen los lirios al comienzo de la primavera. Hablamos en castellano, que domina a la perfección, teñido suavemente de italiano.

     ¿Por qué en el Jardín Botánico? —comienzo.
     Oh, es un lugar que no dejo de visitar cuando vengo a Madrid. Soy un entusiasta de los jardines botánicos. He visitado muchos en el mundo y, por supuesto, soy asiduo de todos los de Europa. Me parece mucho mejor que una redacción, un estudio o una cafetería.
     ¿Cómo se lleva tener un antepasado tan ilustre? ¿Qué queda de su filosofía en tu forma de pensar?
     Dedicarme al pensamiento y llevar ese apellido es una gran responsabilidad. Pero no me agobio; yo pasaré y J.J.  quedará. Es posible que yo no vea al ser humano como algo tan bondadoso por naturaleza, pero lo que es cierto es que la complejidad en la organización social no nos lleva a nada bueno. La aspiración sin freno al confort de ciertas sociedades solo es posible si existe una supremacía de unos sobre otros, si existe una explotación, en el peor sentido de la palabra, de unos grupos humanos sobre otros y  una explotación del medio natural. Esa necesidad de supremacía de algunos grupos sobre otras personas, sobre los animales y sobre el conjunto de la naturaleza es el origen de los conflictos. Si es cierto que los humanos son seres sociales, gregarios, no deberíamos haber pasado de la pequeña tribu. Estas acumulaciones de millones de individuos, todos consumiendo alimentos, energía, agua, espacio vital y generando cantidades ingentes de residuos, fruto de nuestra naturaleza animal y de la tecnología, no tiene parangón en animales de nuestro tamaño y complejidad. Vamos derechos al abismo.
     Eres pesimista.
     Es posible que sea lo que se necesite. Un cataclismo que termine con estas aglomeraciones de individuos, más propias de seres microscópicos o de insectos. Lo peor  sería que nos llevásemos por delante otras especies que no han participado de nuestra locura.

Mientras pienso en la siguiente pregunta soy consciente  del reclamo de un carbonero que parece moverse, casi frenético, entre las ramas de un pino y del sonido que produce el rastrillo del empleado acumulando las hojas caídas en el camino que tenemos a la espalda.

     Has mencionado el pensamiento de J.J. Un aspecto de su filosofía, sobre la educación, quedó reflejado en su “Emilio”, un tratado en el que mostraba la diferencia entre la educación formativa y la informadora, entre otras cosas.  Por llevarte a la actualidad, y teniendo en cuenta que eres un gran hispanista, ¿qué opinas  sobre la intención de formar en el patriotismo a los educandos?
     Como dijo J.J., en educación lo que vale para un país puede que no sirva para otro. La intención formadora en valores patrióticos no tiene por qué ser negativa, pero esa intención surgida como reacción a una supuesta desafección hacia lo español en determinados territorios no es oportuna. España es un viejo estado y no necesitaría, en principio, exacerbar los valores nacionales identificativos como lo haría uno nuevo. El orgullo de un país no debe estar basado en unos colores, en un himno, ni siquiera en “hazañas” (pon comillas) coloniales de gentes que vivieron hace siglos. De lo que sí se puede presumir es de la capacidad para superar  conflictos, de su solidaridad, de sus aportaciones a un progreso bien entendido,  y a la paz mundial. Si se está convencido de los valores democráticos se puede tratar en el ámbito educativo todo lo que tenga que ver con los derechos de las personas y cómo ejercerlos con responsabilidad, cómo participar activamente en la sociedad y, por supuesto, el funcionamiento del sistema. En ese sentido, vuestra Educación para la Ciudadanía, era una opción oportuna y consecuente con los que se creen eso de los valores democráticos, como consecuente fue su eliminación por los que aceptan a regañadientes esos valores. Todo habría que hacerlo fomentado la crítica, que es la única manera de avanzar. Porque no me negarás que el sistema, democrático y todo, es imperfecto. No nos podemos conformar.
     No lo niego.
     Reconozco que no son situaciones comparables, porque ahora partís de un sistema con la homologación de democrático, pero más énfasis que puso Franco en exaltar los valores nacionales es difícil de encontrar  y aun así resultaron generaciones, a nivel popular,  muy poco afectas a ese tipo de nacionalismo, y eso que tenían una nula información de lo que era la democracia. Es una reacción lógica a la imposición y al empacho de misiones universales, imperio y parafernalia patriótica.
     Hablando de Franco. Después de todo ese tiempo, ¿cómo ves que se utilice "franquismo" o "fascista" para calificar decisiones u opiniones que tienen que ver con la situación en Cataluña?

Desde hace un rato merodea por el seto que tenemos a unos metros un petirrojo. Es uno de esos ejemplares atrevidos, y ahora, convencido de que somos inofensivos, se sitúa casi bajo nuestros pies y apreciamos a la perfección el inflamado color del pecho y la garganta. Se podría decir que nos sostiene la mirada, como si echara de menos algún tipo de comunicación. No dura mucho el mutuo interés. Por el camino perpendicular al parterre se acerca parloteando un grupo de infantes  armados de bolis y libretas y custodiados por su maestro y un monitor. Demasiado jaleo para el pájaro. Lejos los niños, continuamos  la conversación.

     La alusión al fascismo y a Franco es una manera de simplificar el mensaje, de popularizarlo, agitando un espantajo que conmueva, como es la alusión a una ideología que devastó Europa y a un personaje histórico despreciado, en general. Comprende que el recurso a la emoción, en este caso con visos de histeria en los principales protagonistas, es muy socorrido cuando falla la razón y la lógica.
     Pero no parece que el fantasma del dictador termine de abandonarnos en ciertas posturas políticas.
     Y parte de culpa, amigo Pepe, la tiene España. No se ha puesto en su sitio al régimen falangista: megalómanos monumentos que son homenajes, rendición de honores, aunque sean de pasada o de tapadillo, como decís vosotros, a militares sublevados, por decisivas que fuesen sus hazañas previas a la rebelión, trato indigno a víctimas y represaliados, contemporización con recuerdos en el espacio público, instituciones que tienen como fin la exaltación de la figura del dictador, etc.
     Pero en democracia se pueden cometer abusos por parte del poder.
     Por supuesto, y hay que denunciarlo y perseguirlo, pero España no es un estado fascista ni franquista, por más que haya personas a las que les gustaría que así lo fuera  por nostalgia autoritaria, u otras que pretender convencer de que lo es para  justificar su enfrentamiento con el Estado. Resulta curioso comprobar el fervor constitucional que muestran algunas personas que no reconocen debidamente que Franco se rebeló contra un Estado en cuya Constitución se supeditaba a los militares bajo el poder civil. Tan respetable, al menos, era la Constitución de la II República como la actual, por muchos millones de personas que en España dieran gracias al cielo por la intervención militar.
     ¿Quién ha dado un golpe de estado en España? —le pregunto.
     ¿Me vas a examinar de Historia de España? ¿Golpes? ¿Desde cuándo? (Reímos.) Hablando de memoria, te cito algunos, Fernando VII, Pavía, Primo de Rivera, Sanjurjo, Franco con un montón de generales más, Tejero y sus colaboradores…
     ¿Y Puigdemont?
     Desde luego, Rajoy no. Entiendo que el Gobierno ha actuado bajo el amparo de una norma constitucional que le permite medidas excepcionales para atajar la vulneración de la Constitución, la extralimitación de las competencias en los poderes ejecutivo y legislativo. Verás, un momento decisivo de toda esta situación se produjo cuando la administración catalana quedó intervenida y todos estábamos expectantes ante la actitud que tomarían los mandos de la Policía y los funcionarios. ¿Sabes qué me vino a la mente horas antes?
     No.
     1936. Un jefe de puesto de la Guardia Civil en un pueblo de Cataluña acuciado por unos cuantos simpatizantes de los sublevados para que se sumara al golpe. Una decisión entre acatar el orden constitucional o adherirse a una sublevación contra esa Constitución.  Si los actos del gobierno autonómico no son un golpe de Estado se parece bastante. Y minimizar la importancia del  pulso al Estado es equivocado, especialmente si se mantiene ese pulso. Es curioso que los que califican al estado español de franquista me hayan evocado precisamente a los sublevados contra la República. No por sus recursos, que difieren abismalmente, por intentar sustituir un orden constitucional por otro sin tener derecho a ello.

El madroño que tenemos a nuestra izquierda ya no nos deja que nos caliente el sol. Le propongo seguir charlando al mismo tiempo que caminamos. Mira el reloj y tuerce un poco el gesto. Me concede algo más de tiempo.

     Los suizos no tenéis esos problemas.
     Los tuvimos y muchos se resolvieron por la fuerza de las armas. También se recurrió a la guerra y a la dominación, no creas que hemos sido siempre tan pacíficos. Pero de eso hace muchos siglos. Pero no se debe olvidar que Suiza es lo que es porque las demás naciones así lo quisieron. Nunca faltan los problemas. Veo mi país encerrado en sí mismo. Y llegará un momento en el que, de la misma manera que no se pudo seguir viviendo exclusivamente de hacer relojes, el sistema económico, que no es imperecedero, se desmorone por la fuerza de los hechos. Ya te he dicho que la forma de vida capitalista es insostenible y además es injusta. ¿Pero a quién le importa la justicia? La verdadera justicia.

Al pasear, nos salen al encuentro de los ojos los arbustos, el verde de las coníferas y los tonos, entre amarillos y dorados, de los árboles que se preparan para un invierno que, sospecho, no será demasiado crudo. Sin ponernos de acuerdo, como si nos hubiéramos dado cuenta de que deberíamos aprovechar mejor lo que nos ofrece el paseo por el jardín, hablamos del otoño, de las hojas muertas, de los olmos y de la belleza de cipreses y sequoias.  El tiempo se termina. Él se marchará  y yo me quedaré para ver una exposición en uno de los pabellones. Junto a la tapia de la cuesta de Moyano nos despedimos y durante unos minutos permanezco quieto viendo como se aleja por el camino, buscando la salida.