Ese porcentaje de personas que disfrutan exageradamente
siendo el centro de atención, que no ven más allá de su ombligo, de tal
manera que son incapaces de responder
razonablemente a lo que se espera de ellos, nos lo encontramos también entre
los testigos. Así hemos soportado, todos, testigos insufribles, incapaces de ir
al grano, de expresarse con sencillez y eficacia. Y no sé si las defensas han
valorado correctamente la influencia de sus testigos en el devenir de la causa, porque a veces da
la impresión de que por encima de los intereses concretos de sus defendidos se
defiende otra causa más general y difusa que sería la absolución de culpa del
movimiento secesionista catalán, como si conseguido esto se consiguiera por
ende la exculpación de esos acusados. Si
esta es la estrategia, es digna de respeto, aunque sujeta a controversia; pero
si los abogados se dejan llevar por unos testigos incontrolados, dejan la
iniciativa a declarantes dispuestos a chupar cámara, a exhibirse, a mostrar su
activismo o a contar con pelos y señales lo que han preparado previamente,
perjudican la defensa de los acusados porque queda menoscabada la credibilidad de los testimonios.
En las últimas sesiones las defensas no han cosechado muchos
triunfos en la partida (a excepción de los relatos sobre la actuación de las fuerzas policiales para
evitar la votación): hemos conocido tuits que han arruinado testimonios; se han
confrontado hechos con reputación y con opiniones personales sobre la trayectoria
de los acusados, haciéndonos recordar aquellos tiempos en los que los párrocos
certificaban la buena conducta de los vecinos. Ya se verá la influencia que
tendrán en el tribunal las declaraciones que son claramente partidistas, ya que
se trata de testigos cuya postura fue participar en la consulta aun
reconociendo que conocían su ilegalidad, que no solo iban a votar, que
acudieron de madrugada a los centros electorales para ayudar, que se
interpusieron para impedir el paso a la policía y que ponen por encima de las
disposiciones judiciales, como respetables antisistema, su capacidad de decisión
al margen de lo establecido.
Una situación, la de millones de personas de diferentes
edades y ocupaciones, que se han creído eso de la “fiesta de la democracia” y
que ahora lo reivindican y lo celebraron cuando les pareció y se encontraron
exultantes por poder decidir , hasta que irrumpieron las fuerzas del orden allí
donde pudieron. Y da la impresión de que
el orden social que otorga la organización de la sociedad a instituciones que
promulgan leyes y las hacen cumplir se ha trastocado, y en lugar de considerar
la acción de esas instituciones como un logro se tienen por ilegítimas. Algún
declarante ha hablado de “hito colectivo” y ciertamente lo es porque hemos
podido escuchar a componentes de eso que llaman clase media, con una teórica
aversión al riesgo social, decir que votaron a pesar de saber que estaba
prohibida la celebración de la consulta, que se levantaron a las cinco o a las
seis de la madrugada de un domingo para constituir mesas electorales o ayudar
en lo que fuera necesario y que se sentaron en el suelo de patios, vestíbulos y
escaleras para resistirse al cumplimiento
de disposiciones judiciales; es un hito porque en muchísimas localidades la
policía no pudo impedir la votación debido a las multitudes que se agolpaban en
los accesos; y es un hito porque un gran gentío se rigió por su propia “ley”,
allí mismo, en el acto.
Hemos escuchado testimonios sobre puñetazos y agresiones
impropias de una correcta actuación policial que a todos nos han producido
displacer, como nos lo producían las declaraciones sobre golpes más o menos
evidentes que se propinaban a los agentes y sobre el acoso más o menos intenso
llevado a cabo en las proximidades de las casas cuartel de la Guardia Civil.
Pero estas situaciones relatadas no las debemos dejar pasar sin más, porque
nada sucede porque sí; es necesario
reflexionar sobre cómo se puede llegar a determinados niveles de actuación
agresiva, lo que hay detrás de ello y quién “carga las pilas”, para que asuma
su responsabilidad moral, ya que otro tipo de responsabilidad supongo que será
difícil de demostrar. Dicho esto, también hay que decir que no se puede cargar totalmente
esa responsabilidad (esa tensión mutua previa), en los hombros de líderes,
dirigentes, gobernantes o en creadores de opinión, ya que cada persona dispone
de razón y voluntad para tomar sus decisiones y no puede quedar eximida como si
fuese un borrego que no sabe a qué lugar lo llevan. O estamos plenamente
mediatizados y actuamos como marionetas
por quien sabe manejar los hilos o asumimos las decisiones que tomamos
en libertad de conciencia; lo que no sirve es acogerse a la primera postura
cuando toca repartir culpas.
Hay que imaginarse el ambiente eufórico que se pudo dar en
ese “pueblo pequeño, donde nos conocemos todos”, según los testimonios, que
encontraron en la celebración de la consulta una causa común, con una
unanimidad difícil de hallar si no es en el día de la fiesta mayor de la
localidad. Tiene sus ventajas, no digo que no, residir en un sitio así, tan
bucólico y solidario, pero para la libertad de pensamiento y de estilo de vida…
¡líbrenos el destino de los pueblos pequeños, donde se conocen todos!