jueves, 30 de diciembre de 2021

¡Ahí os quedáis!

Qué poco me gusta que hurguen en la vida de la gente, especialmente si los correveidiles de turno, esos periodistas que viven de la porquería que excreta la sociedad de nuestros días, se centran en la vida de alguien que decidió dejar su vida. Se acudirá a las historias morbosas, se sacarán de contexto declaraciones de personas que se relacionaron con el sujeto en cuestión y aparecerán "listos" que darán toda suerte de explicaciones sobre su conducta. No se puede ser famoso y tomar cualquier decisión más o menos trascendente, como convertirse en ermitaño, alejarse de todo, desaparecer del mapa, hacer mutis por el foro. 

Súbitamente Nicolás Antares tuvo una revelación. Una vocecita interior le conminó a olvidarse de todo aquello que había conseguido: tener millones de seguidores en diversas redes sociales, rodar anuncios, participar en reality shows y hasta narrar las doce campanadas desde la Puerta del Sol. Pero un día se cansó, le hizo un corte de mangas, en sentido figurado, a su mundo y se retiró a escardar cebollinos. De la noche a la mañana aparecieron exégetas de diverso pelaje dispuestos a no dejarle en paz. Todos se consideraban con derecho a opinar, todos presumían de haber sido sus confidentes. Se publicaron fotos desde su más tierna infancia hasta los últimos días, cuando le sorprendieron comprando calzoncillos. No quería saber nada de nadie, pero de conocer las comidillas que circulaban, a buen seguro que le habrían dado ganas de volver de allá donde se encontrara y decirle a más de uno "tú de qué vas, listo", "qué derecho tienes a opinar, a juzgarme, a interpretar lo que yo pude sentir, a especular como si yo pudiera ser objeto de estudio". En el caso de que Nicolás Antares volviese de su nueva vida podría comprobar cómo su imagen es manoseada por doquier, se confeccionan titulares sensacionalistas para que los cotillas accedan a webs que luego recibirán pagos por el número de visitas. Vería que se menosprecia su dignidad e intimidad, que sus examantes no se resisten a echar su cuarto a espadas y poner su grano de arena en la montaña del amarillismo periodístico. Ganas me dan de ir y abrirle los ojos, explicárselo todo. Le pediría que volviese, que atormentase un poco a todos los que no respetaron su persona, a los que le trataron como a un objeto. Podríamos convertirnos en cruzados contra la manipulación informativa, contra la infantilización de los adultos, contra la inmoralidad que supone la explotación económica de los ausentes. Trataría de convencerle de que utilizase su fortuna para educar a la gente en el respeto y conseguir que sucumbieran los contenidos periodísticos y de entretenimiento superficiales y de poca calidad. Pero no sé dónde estará.