viernes, 2 de diciembre de 2016

Quinto poder

Estaba yo dándole vueltas a cómo satisfacer a la audiencia, exigua, pero ávida de unas líneas, como esas cartas anheladas que se esperaban antiguamente como señal de vida, y venía ya dispuesto a martirizar al buen hacer en la escritura continuando con relatos underground, cuando las redes sociales me han puesto en bandeja darle salida a una inquietud intelectual a la que tenía ganas de hincarle el diente.
La capacidad de comunicación entre personas, o sea, entre "la gente", que existe en la actualidad pone nerviosos a los que hasta hace poco han mantenido el monopolio de la opinión. Siempre ha habido manera, más o menos reprimida, de expresar distintas ideas de las oficiales a través de pintadas, pasquines, emisoras clandestinas u octavillas; pero su alcance era  limitado y su utilización podía ser, incluso, peligrosa. Internet ha supuesto una revolución en el ámbito del intercambio de ideas y nos ha puesto en el camino de la auténtica democracia, con una trascendencia similar al hecho de que la instrucción dejara de ser una prerrogativa del clero y de las capas pudientes de la sociedad. Pero sucede que las redes sociales se han convertido  en el chivo expiatorio de actitudes que quedan en evidencia y expuestas al albur de que millones de ciudadanos, ciudadanos que piensan, expresen su opinión. Que alguien se expresa respecto a cualquier circunstancia y el personal quiere ver incongruencias en su actitud, la culpa es de las redes sociales. Que se pone de manifiesto la apuesta de determinados grupos económicos y empresariales por opciones políticas concretas, la culpa es de las redes sociales, y de los hábiles que las manejan. Que profesiones que se han considerado influyentes y élite social están bajando del pedestal, las redes sociales y los hábiles que las manejan son el enemigo. Y sin embargo, aunque consideren a las redes sociales una peste, no se privan de tener su hueco y  les encantaría que cayeran bajo su órbita de influencia.
Internet se ha definido como un derecho y se promueve su extensión también a sociedades deprimidas, pero su uso no puede ir en un solo sentido: el de recibir; también es necesario el intercambio de ideas y de opiniones, y la forma más espectacular de ejercer ese derecho es  la de las redes sociales, aunque no la única. El poder de la comunicación sin intermediarios tiene que asustar, pero a los regímenes totalitarios, esos que ponen trabas al uso libre de internet.
Hablemos claro: estará en su derecho, pero nadie, absolutamente nadie, que reciba una compensación económica de una empresa actuará con total libertad e independencia. Eso se sabe; por ello existen sectores en los que parece inconcebible prescindir  de organismos de titularidad pública que sirvan de contrapeso a grandes corporaciones con lógicos intereses crematísticos. Y ahora no está mal cuestionarlo todo, creerse lo justo y terminar con sacerdocios de ceremonias mediáticas.
Las redes sociales, internet en general, son un poder. Un poder que sirve para compensar prácticas elitistas, para que ciertos temas no se olviden con la excusa de que no venden y para que el resto de los poderes no se duerman en los laureles soñando con glorias pasadas. Las redes sociales están ahí para todos; su uso no está limitado más que por las leyes porque todo lo demás está sujeto a punto de vista y cualquiera puede utilizarlas sin que se necesite pertenecer a un determinado club o grupo de presión.
El sensacionalismo, el libelo, el sectarismo, la insidia, la mentira, el rumor, el infundio, la manipulación, la inquina, el insulto, la falta de respeto, el  adoctrinamiento y los errores de bulto no los han inventado las redes sociales.