Estaba yo dándole vueltas a cómo satisfacer a la audiencia,
exigua, pero ávida de unas líneas, como esas cartas anheladas que se esperaban antiguamente
como señal de vida, y venía ya dispuesto a martirizar al buen hacer en la
escritura continuando con relatos underground, cuando las redes sociales me han
puesto en bandeja darle salida a una inquietud intelectual a la que tenía ganas
de hincarle el diente.
La capacidad de comunicación entre personas, o sea, entre "la
gente", que existe en la actualidad pone nerviosos a los que hasta hace poco han
mantenido el monopolio de la opinión. Siempre ha habido manera, más o menos
reprimida, de expresar distintas ideas de las oficiales a través de pintadas,
pasquines, emisoras clandestinas u octavillas; pero su alcance era limitado y su utilización podía ser, incluso,
peligrosa. Internet ha supuesto una revolución en el ámbito del intercambio de
ideas y nos ha puesto en el camino de la auténtica democracia, con una
trascendencia similar al hecho de que la instrucción dejara de ser una
prerrogativa del clero y de las capas pudientes de la sociedad. Pero sucede que
las redes sociales se han convertido en
el chivo expiatorio de actitudes que quedan en evidencia y expuestas al albur
de que millones de ciudadanos, ciudadanos que piensan, expresen su opinión. Que
alguien se expresa respecto a cualquier circunstancia y el personal quiere ver
incongruencias en su actitud, la culpa es de las redes sociales. Que se pone de
manifiesto la apuesta de determinados grupos económicos y empresariales por
opciones políticas concretas, la culpa es de las redes sociales, y de los
hábiles que las manejan. Que profesiones que se han considerado influyentes y
élite social están bajando del pedestal, las redes sociales y los hábiles que
las manejan son el enemigo. Y sin embargo, aunque consideren a las redes
sociales una peste, no se privan de tener su hueco y les encantaría que cayeran bajo su órbita de
influencia.
Internet se ha definido como un derecho y se promueve su
extensión también a sociedades deprimidas, pero su uso no puede ir en un solo
sentido: el de recibir; también es necesario el intercambio de ideas y de
opiniones, y la forma más espectacular de ejercer ese derecho es la de las redes sociales, aunque no la única.
El poder de la comunicación sin intermediarios tiene que asustar, pero a los
regímenes totalitarios, esos que ponen trabas al uso libre de internet.
Hablemos claro: estará en su derecho, pero nadie,
absolutamente nadie, que reciba una compensación económica de una empresa
actuará con total libertad e independencia. Eso se sabe; por ello existen
sectores en los que parece inconcebible prescindir de organismos de titularidad pública que sirvan
de contrapeso a grandes corporaciones con lógicos intereses crematísticos. Y
ahora no está mal cuestionarlo todo, creerse lo justo y terminar con sacerdocios
de ceremonias mediáticas.
Las redes sociales, internet en general, son un poder. Un
poder que sirve para compensar prácticas elitistas, para que ciertos temas no
se olviden con la excusa de que no venden y para que el resto de los poderes no
se duerman en los laureles soñando con glorias pasadas. Las redes sociales
están ahí para todos; su uso no está limitado más que por las leyes porque todo
lo demás está sujeto a punto de vista y cualquiera puede utilizarlas sin que se
necesite pertenecer a un determinado club o grupo de presión.
El sensacionalismo, el libelo, el sectarismo, la insidia, la
mentira, el rumor, el infundio, la manipulación, la inquina, el insulto, la
falta de respeto, el adoctrinamiento y
los errores de bulto no los han inventado las redes sociales.