jueves, 30 de diciembre de 2021

¡Ahí os quedáis!

Qué poco me gusta que hurguen en la vida de la gente, especialmente si los correveidiles de turno, esos periodistas que viven de la porquería que excreta la sociedad de nuestros días, se centran en la vida de alguien que decidió dejar su vida. Se acudirá a las historias morbosas, se sacarán de contexto declaraciones de personas que se relacionaron con el sujeto en cuestión y aparecerán "listos" que darán toda suerte de explicaciones sobre su conducta. No se puede ser famoso y tomar cualquier decisión más o menos trascendente, como convertirse en ermitaño, alejarse de todo, desaparecer del mapa, hacer mutis por el foro. 

Súbitamente Nicolás Antares tuvo una revelación. Una vocecita interior le conminó a olvidarse de todo aquello que había conseguido: tener millones de seguidores en diversas redes sociales, rodar anuncios, participar en reality shows y hasta narrar las doce campanadas desde la Puerta del Sol. Pero un día se cansó, le hizo un corte de mangas, en sentido figurado, a su mundo y se retiró a escardar cebollinos. De la noche a la mañana aparecieron exégetas de diverso pelaje dispuestos a no dejarle en paz. Todos se consideraban con derecho a opinar, todos presumían de haber sido sus confidentes. Se publicaron fotos desde su más tierna infancia hasta los últimos días, cuando le sorprendieron comprando calzoncillos. No quería saber nada de nadie, pero de conocer las comidillas que circulaban, a buen seguro que le habrían dado ganas de volver de allá donde se encontrara y decirle a más de uno "tú de qué vas, listo", "qué derecho tienes a opinar, a juzgarme, a interpretar lo que yo pude sentir, a especular como si yo pudiera ser objeto de estudio". En el caso de que Nicolás Antares volviese de su nueva vida podría comprobar cómo su imagen es manoseada por doquier, se confeccionan titulares sensacionalistas para que los cotillas accedan a webs que luego recibirán pagos por el número de visitas. Vería que se menosprecia su dignidad e intimidad, que sus examantes no se resisten a echar su cuarto a espadas y poner su grano de arena en la montaña del amarillismo periodístico. Ganas me dan de ir y abrirle los ojos, explicárselo todo. Le pediría que volviese, que atormentase un poco a todos los que no respetaron su persona, a los que le trataron como a un objeto. Podríamos convertirnos en cruzados contra la manipulación informativa, contra la infantilización de los adultos, contra la inmoralidad que supone la explotación económica de los ausentes. Trataría de convencerle de que utilizase su fortuna para educar a la gente en el respeto y conseguir que sucumbieran los contenidos periodísticos y de entretenimiento superficiales y de poca calidad. Pero no sé dónde estará.

lunes, 1 de noviembre de 2021

La seducción del pensamiento único

Cuando en encuentro, charla o similar, todos los asistentes son de la misma opinión debe dar mucho gusto, porque no habrá aprietos, no molestarán esas voces discordantes que pueden estropear la fiesta de sentirse en la gloria. El fervor de los asistentes estimula mucho y se saldrá del local con disposición de comerse el mundo. Pero sucede que en la calle habrá un baño de realidad y el entusiasmo se diluye porque la gente estará de acuerdo contigo o no. También puede suceder que al personal le traiga al fresco tu inquietud. Es lo que sucede cuando se impone el pensamiento único: que se acata de cara a la galería, pero no produce cambios de mentalidad duraderos. De la importancia de convencer da muestra el consabido "venceréis, pero no convenceréis".

No hay que tener miedo al debate, a que el observador escuche los argumentos del enemigo. Si tienes razón, no te preocupará que el oponente te cuestione. Expón tus ideas y conseguirás más adeptos al rebatir al que opina distinto a ti. Pero no le hagas callar antes de que lance su pregunta o tesis. Le convertirás en víctima e impedirás sumar a tu causa a otros que no sean los incondicionales.

Simpatizo con el feminismo, y hace unos días acudí a un acto en que participaban componentes de un grupo chileno cuyo activismo ha sido ejemplo para las mujeres del mundo. La participación del público formaba parte de la actividad y todo fue maravilloso mientras las preguntas eran previsibles y se agradecía la presencia y creatividad del grupo invitado. Pero parece ser que la voz del feminismo no es única y apareció la intervención que puso nerviosa a la moderadora y al grupo invitado. No se permitió que la voz crítica terminase su pregunta ni su tesis y en el escenario se escenificó el disgusto por la intervención de la mujer que se hallaba entre el público. Me quedé sin conocer los argumentos de unas y de otras, y me predispuso hacia esa persona contraria al pensamiento "oficial", porque me pareció que no había sido tratada justamente y sí había sido "aplastada" por la mayoría. Venceréis...

Resulta que no todas las mujeres ven con buenos ojos la incorporación al feminismo de personas transexuales o de que exista la posibilidad de que una persona se autodefina de uno u otro sexo, y creen que esa posibilidad perjudica a la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Esta postura es tan defendible como la contraria y el asunto no está tan claro como algunos pretenden. Me habría gustado muchísimo que se hubiese planteado el debate y escuchar los distintos argumentos. Me quedé con las ganas y desilusionado, quizá porque no comprendí que era un acto para la autocomplacencia, sin el ánimo de construir y sumar gente que sirva de correa de transmisión de ideas loables. También se puede morir de éxito.

viernes, 4 de octubre de 2019

El juicio de ZD: y 19. Asuntos marginales (II) La importancia de los detalles


El momento más sublime del juicio se produjo con la intervención de una experta en lingüística, propuesta para explicar los posibles significados de una expresión en catalán al traducirla al castellano. ¡Qué delicia escucharla! ¡Qué propiedad en el hablar! Una lástima que su intervención durase tan poco. Se podía estar disfrutando de su dicción, de su precisión, durante horas sin cansarnos.
A otro nivel de anécdota nos encontramos con los momentos de gloria de la marca de agendas Moleskine, que deben ser que visten mucho en los círculos políticos. Yo pensaba, ajeno a ese mundo de la marca de postín, que eso de la agenda Moleskine, tan mencionada en la vista,  sería algo así como un plan, una hoja de ruta, de algún pensador o teórico de la autodeterminación, pero me caí del nido cuando en unos importantes grandes almacenes las agendas Moleskine tienen expositor propio, separado de las agendas del montón. En ese momento me di cuenta de que, lógicamente, el proceso de secesión catalán no podía tener relación con una agenda corriente y moliente y que en esto de las agendas también existe la pijada.
Anecdótico también fue el error de una de las abogadas  del Estado cuando se dirigió al presidente del tribunal rebajando el tratamiento a ilustrísimo, en lugar de excelentísimo. Craso error, que todavía hay clases, cometido después de que el presidente ejerciera su autoridad cortando o reconduciendo con firmeza la intervención de la abogada. Cosas del subconsciente.
Este asunto de los tratamientos habría que analizarlo y plantearse qué función tienen hoy día unos protocolos nacidos en otras épocas en donde las sociedades se encontraban muy mediatizadas por las clases, las categorías y las castas. Me pareció digno de caricatura presenciar a dos personas llamándose recíprocamente “excelentísimo señor”.  La verdad es que esos tratamientos quedan anacrónicos, reductos nostálgicos de tiempos pasados en donde la igualdad entre ciudadanos no se concebía. Quizá el día que España sea una república, y nadie sea más que nadie, se abandonen esos protocolos.
Entre tanto tratamiento, resulta chocante, y a mí me parece escandaloso, que el encargado de manejar la transmisión de la señal de la sala fuese simplemente “Paco”. Este grado de familiaridad es impropio de la solemnidad de un juicio de estas características. Por muy conserje, ujier o lo que sea,  por muy abajo que se encuentre alguien en estas divisiones sociales que manejamos, esa persona se merecía un “señor” seguido de “conserje”, “técnico” o lo que quiera que fuese. El hecho de dirigirse a él en público como “Paco”, a secas, denota una importante falta de estilo o un clasismo galopante, que todo puede ser. O todos somos don Francisco o todos somos Paco. Elijan.
Hablando de otra cosa menos seria: dada la categoría de la sala me sorprendió una afirmación/pregunta de uno de los fiscales, refiriéndose a los avisos  previos que se producían para dar cuenta de la llegada inminente de convoyes de la policía. El fiscal dijo algo así cómo: “o sea, para dar el queo”. Esperé que siguiera con la jerga en su intervención y saliese a relucir “el trullo” o “la pasma”. Hubiera estado simpático, pero no pasó de ahí, aunque de esta manera fuimos conscientes de su dominio en el manejo de diferentes registros.
Terminamos. No hay detalle el que no se pueda aprender y del que no se puedan sacar conclusiones. Esos detalles pueden decir más que las trilladas grandes palabras y son más significativos que muchas parafernalias ancladas en la tradición. Todo importa.

Aldeabitácora agradece al Zorro Desenmascarador el trabajo realizado durante meses para darnos su visión de este juicio y por aportar su grano de arena a la Verdad y a la Justicia. Esperamos contar con este héroe en más ocasiones. De nuevo: GRACIAS.

martes, 1 de octubre de 2019

El juicio de ZD: 18. Aspectos marginales (I). Entre la petulancia y el ridículo


Tuvo que ser un perito extranjero  el que diese una lección de bien hablar y respeto en el uso de la lengua española cuando se refirió a “momentos de interlocución”. Situación que otros castizos testigos, con el castellano como lengua materna, despacharon con un sonoro y malsonante “interlocutar”.
Existen estamentos, o ambientes si se quiere, en los que, por algún tipo de complejo, se esfuerzan en distinguirse del común de los mortales procurando utilizar palabras o expresiones que sobrepasan el rico acervo lingüístico del que disponemos. Ya pueden académicos y expertos dar toques de atención sobre el empobrecimiento cultural que supone ese maltrato a nuestra lengua. Unos se darán pisto eliminando artículos en nombres que los han llevado toda la vida y otros se inventarán, por desidia o para significarse, expresiones  o palabros que relegan a otros vocablos de mucha tradición o, incluso, de gran belleza. Ese esfuerzo por parecer entendido, por utilizar una jerga que pretende acrecentar la sensación de encontrase ante personas u ocupaciones superiores resulta ridículo. Si fuesen conscientes de ello les saltarían los colores a la cara, si todavía alguien no ha perdido esa capacidad.
¿Se puede discutir que “parlamentar” no refleja mucho mejor, tiene más solera y es más estética, para referirse a la situación de interlocución entre policías y manifestantes,  que “interlocutar”? Pero eso sería demasiado sencillo para los que complicar las cosas es elevarse por encima de la plebe. Del mismo corte es la utilización de “peticionar” por no decir “pedir”. ¿Quizá por concomitancia con la limosna? Vaya Vd. a saber. ¿Y qué me dicen de “vandalizando”, que es gerundio? A alguien la habrá parecido que si existe vandalismo puede utilizar sin reparos el verbo vandalizar. Vándalos del lenguaje es lo que son.
Esa misma elevación es lo que debió pretender el testigo al que le sabía a poco un simple “nos dijeron” o “nos comunicaron”, propios de las personas llanas, y tuvo que soltar un “nos compartieron”, seguramente influencia de la proliferación de esos grupos de vivencias espirituales o de superación personal donde se insta a compartir experiencias. ¿No es para soltar la carcajada?
Para reírse es también la forma de evitar, quizá por oscuras y profundas asociaciones, el término “pareja” para referirse a dos policías en misión. Como si decir “pareja” evocase irremediablemente a dos sujetos cometiendo guarrerías. ¡Adonde hemos llegado! Pues a inventarse que la expresión matemática “binomio” es aplicable a la pareja de guardias de toda la vida. Así que el 1 de octubre, día de marras, hubo binomios que pasaron del álgebra a visitar, con su parte literal y todo, colegios electorales; monomios infiltrados que informaban de los acontecimientos y polinomios con casco y defensa al mando de Newton o de Ruffini.  Los niños ya no se pondrán en las escuelas por parejas para ensayar pasos de baile y trabajar la psicomotricidad, ahora formarán binomios. De risa, ya digo.
Debería existir un libro de estilo lingüístico para las fuerzas de seguridad, y así podríamos evitar escuchar eso de vehículos “no logotipados” para referirse a los coches camuflados, palabra esta mucho más elegante y que algunos testigos sí han utilizado haciendo gala de su buen gusto. Lo mismo podríamos decir de los dichosos “brifings” (escrito tal como suena) que tantas veces hemos escuchado en este juicio. ¡Con lo bien que quedaría “reunión previa” o “reunión informativa”!
Ya no tenemos folletos ni trípticos ahora tenemos “flaiers”, y “col center” (también escritos como suenan) que no es, esto último, un tipo de verdura. No comprendo la razón por la que si en el fútbol se hace el esfuerzo de decir  saques de esquina y fuera de juego, otros mundillos se van a lo fácil, pero penoso, de pronunciar a lo inglés.
Estas cosas del lenguaje me han traído por la calle de la amargura durante el juicio. Tan es así que puede que a lo largo de las sesiones tuviera una especie de paranoia y escuchase lo que nunca se pronunció. Porque hubiera sido demasiado que se hubiera dicho “baipasar” de bypass. A mí me lo pareció, pero quizá me lo imaginase, por la obsesión.
Ojalá todos hubieran puesto el mismo miramiento en el hablar que el testigo que mencionó la “bufanda tubular” por no soltar ante tan magno auditorio aquello de “braga”. Me quito el sombrero ante semejante esfuerzo.


miércoles, 4 de septiembre de 2019

El juicio de ZD: 17."Ego te absolvo..."


En algún momento dijimos que en el juicio se ventilaban tres asuntos principales. Uno de ellos se refiere a la posibilidad de que se haya producido rebelión,  sedición,  o nada, y el papel que se haya podido asignar a esa “violencia”  que nos han mostrado del derecho y del revés. El otro asunto tiene que ver con la actuación de la policía autonómica de Cataluña. Y el tercero con el uso, o mal uso, de los recursos, o bienes, públicos puestos a disposición de las autoridades catalanas.
Una cosa está clara: no hubo derecho a la ocupación  de instalaciones públicas para organizar la votación del 1 de octubre. Los responsables de esos centros no pueden disponer de ellos según su capricho porque es utilizar los bienes que tienen encomendados, y que pertenecen al común,  para unos fines partidistas  cuando menos. Este asunto no carece de importancia, ya que muestra el nivel de espíritu cívico y de comprensión de lo que significa la titularidad pública. Pero no esperen otra cosa de una sociedad que tolera el uso de parajes naturales de patrimonio nacional para vacaciones de gobernantes, que utilizan medios de transporte para hacer algún “recado” que otro aprovechando viajes oficiales,  incluyendo en ocasiones a la pareja, que no debería ni aparecer en esas situaciones. Así que no es de extrañar que con el ejemplo de los “mayores” haya gente a la que no le importe pisotear los bienes públicos y lo que significan.
Hubo disquisiciones sobre la imputación económica de las ocupaciones de locales el 1 de octubre. Técnicos discutiendo, absurdamente si se piensa, si se pueden valorar esos inmuebles como alquilados, si había que fijarse solo en las aulas con urnas o en todas las instalaciones, si es correcto utilizar este o aquel método de cuantificación. Zarandajas. Hubo aprovechamiento indebido de bienes públicos por parte de los ocupantes,  y los funcionarios que lo facilitaron no cumplieron con su obligación de custodia de esos bienes. Llámese como corresponda la figura del código penal  que lo contemple, que tampoco me importa. Pero lo que está claro es que en este caso los responsables son los individuos que entregaron llaves, los que abrieron por sí mismos y los que se instalaron allí como el que acude a la fiesta de cierre de temporada de su piscina comunitaria. No es razonable que los acusados sean condenados por estos hechos como si se  hubiesen servido de obedientes autómatas  sin inteligencia ni voluntad; no constando, además, que ordenasen ni organizasen esas ocupaciones y actividades.
Por otro lado, no me parece que se haya demostrado fehacientemente daño al erario público, causado por las personas juzgadas,  que se pueda atribuir a campañas sobre el referéndum ni a la celebración del mismo. Otra cosa es el empleo de alguna organización, tipo fundación, para sufragar viajes de  expertos internacionales que observasen la realidad social y política de Cataluña. Será a los responsables de esos organismos sostenidos en parte con fondos públicos a los que habría pedir explicaciones sobre el empleo de sus recursos, aunque parece que en este país se tiene la manga muy ancha con este tipo de sociedades sin ánimo de lucro en el que participan, además de gobiernos autonómicos, patronos variopintos que van desde bancos a sindicatos pasando por grandes almacenes. Claro que, seguramente, esa responsabilidad caería en el ámbito del “error de gestión” al que nos tienen acostumbrados políticos y directivos de empresas públicas. Lo mismo se puede decir del uso partidista e ideológico de medios de comunicación públicos, en este caso catalanes,  que no tienen en cuenta escrúpulos morales en el uso de los recursos que se han  puesto a su disposición.
Dada la magnitud de la movilización popular y la descoordinación, pretendida o no por las autoridades,  de la actuación policial concurrente, no es razonable concluir que la policía autonómica  catalana favoreció la celebración del referéndum ni promovió el incumplimiento de leyes o la separación de Cataluña. Al margen de que pudo haber miembros del cuerpo catalán que mostrasen su empatía  con el independentismo, no hubo una situación de colaboración con el movimiento por la independencia, por mucho que se haya querido subrayar la inacción de una policía autonómica en unos acontecimientos que no estaban previstos suficientemente. Fueron las mutuas desconfianzas, las ideas preconcebidas y, quizá, la impericia en el manejo de una situación que los máximos responsables políticos de la nación dejaron cómodamente en manos "técnicas", como si se tratase de una avería en la acometida de aguas, las que propiciaron actuaciones policiales tan dispares.
A pesar de que sí se puedan calificar de violentas algunas actitudes que pretendían evitar la acción policial el 1 de octubre y las que resultaron del acoso a convoyes y acuartelamientos de las fuerzas de seguridad, no se puede decir que se haya recurrido a la violencia para conseguir la independencia de Cataluña. No se han utilizado armas ni se han retenido a personas ni tomado edificios del Estado. Así que si para que haya rebelión, según el código penal, es determinante violencia, habrá que concluir que no se puede aplicar esa calificación de los hechos. Además, los rebeldes no acatan decisiones sobre el cese de sus funciones por aplicación de un artículo de la Constitución. Los rebeldes no entregan el poder, el poco o mucho que pudieran ostentar a las primeras de cambio, cuando se lo reclama la legislación vigente.
Es posible que se entorpeciera la acción policial en algúno de los registros ordenados por la autoridad  judicial o a la hora de impedir el referéndum, pero si lo que puede llevar a penas por sedición se basa en las concentraciones ante dependencias de la Generalitat, o con motivo de registros, sería forzar en extremo esa calificación por sedición, ya que la acción popular era más una protesta que una oposición firme y con fuerza al trabajo de las comisiones judiciales. Y, en cualquier caso, no ha quedado acreditado que ese supuesto impedimento a las órdenes judiciales, aun considerándolo suficiente para calificarlo de sedición,  fuera alentado de forma concluyente por ninguno de los acusados.
Esto es lo que hay. Ahora vendrá la Justicia.

sábado, 10 de agosto de 2019

El juicio de ZD: 16.Las dos cruces de la moneda


Llegamos a un momento desagradable, espinoso, ingrato, que es hablar de esa animadversión, de ese “odio” que, a veces expresamente y en ocasiones sobreentendido, se mencionaba por los testigos y que se instaló, como bicho de mal agüero, en la sala; siendo un componente más de esa “coreografía” de venias, pertinencias, turnos, protestas, pruebas y declaraciones.
Podría parecer que existen conflictos, más o menos virulentos, entre “legitimidades”,  entre  textos de leyes y constituciones, pero al final siempre se traducirán esos conflictos en acciones de las personas o sobre ellas. Eran personas las que gritaban a los policías que se fueran de su tierra, y eran personas las que jaleaban para que se fuese  “a por ellos”. Eran personas las que percibieron miradas de odio y rencor de intensidad inaudita y eran personas, acusadas, las que en la vista han dejado traslucir un profundo sentimiento de superioridad.
Sí. Es una apreciación subjetiva, no lo negaré, pero si se escarba en esas recomendaciones  a otros pueblos de este estado para que sigan el ejemplo del catalán, en esa generalización de unas supuestas virtudes específicamente catalanas, lo que requiere la comparación con otras gentes y en la que lógicamente saldrá favorable a los propios interesados, habrá que determinar que subyace la idea de que los líderes del movimiento secesionista forman parte de una sociedad incomparablemente mejor que la  de los españoles.
La sensación de superioridad de lo catalán brota espontánea porque es la vitola de la burguesía transmitida de generación en generación. Por eso algunas figuras públicas de Cataluña se permiten hablar,  incluso burdamente, de diferencias y similitudes  genéticas y de la mayor o menor afición al trabajo de otros pueblos.
Realizando un análisis con cierta profundidad se verá que una parte del rechazo  a lo catalán, aparte de la manipulación ejercida durante años por el partido oficial de la derecha, se debe a ese mirar por encima del hombro a los españoles.
Vamos a prescindir en nuestro razonamiento, que ya es prescindir, de la multiculturalidad y de la diversidad  propia de los tiempos que corren y que son patentes en los pueblos y ciudades de Cataluña,  tapándonos la nariz para no oler el tufo a exclusión; y vamos a conceder que existe una forma de ser específica del catalán, estupenda, claro, pero presumir de esas supuestas y generalizadas virtudes  huele a vanidad y engreimiento.
Seguramente no hay motivo ni para ese odio, percibido en parte con exageración, aunque básicamente cierto, hacia los policías del Estado, ni hay motivo para creerse esa superioridad como pueblo que está anclada en una visión decimonónica del progreso y alimentada por el clasismo propio de las sociedades  de mayor desarrollo económico.
Independientemente de la proverbial laboriosidad atribuida generalizadamente a los catalanes, no se pueden tomar a la ligera las razones de un supuesto progreso económico. Se podrá estar muy orgulloso de las gestas de la corona de Castilla, de la de Aragón, de los mercenarios almogávares o de las rutas comerciales de venecianos u holandeses, pero que no se olvide: el progreso de los pueblos se ha cimentado en la explotación de otros. Así fue y así es en esta sociedad tan justa y moderna que decimos tener.

domingo, 14 de julio de 2019

El juicio de ZD: 15.Cuando la soberanía del pueblo no es retórica


Hemos podido escuchar, durante el proceso, que lo que se organizó el 1 de octubre no fue un referéndum; que sí lo fue, pero ilegal; que fue legal, aunque no vinculante; y también que su legalidad se basa en derechos inalienables por encima de las leyes y de las decisiones jurídicas españolas y, además, que constituyen sus resultados un mandato al parlamento catalán para llevar a cabo lo que se planteaba en la consulta.
Como es muy difícil, a lo que se ve, ser consecuente, especialmente cuando las palabras son artificiosas y re retuercen los argumentos, se termina actuando  bajo el peso de la realidad y no  de aquello que se daba por sentado y, en el fondo, no era más que un deseo.  Por eso los mismos que decían que aquello no era un referéndum terminaron por echar en cara que la participación no había llegado a la mitad del censo, que no había garantías de que los resultados publicados fuesen verídicos, entrando en el juego de la discusión sobre la legitimidad de la declaración de independencia y dando carta de naturaleza al referéndum, en lugar de negar la mayor: el referéndum no estaba permitido. Como hemos podido escuchar a todo tipo de personas, hay quien ha dado en el clavo y nos ha dicho que no comprende las consecuencias penales que se puedan derivar ya que  la consulta no tiene ningún valor jurídico. Por tanto,  tenemos que concluir que hubo referéndum, no solamente un simulacro, y que por eso, aunque se supiera de antemano su intrascendencia jurídica se trató de evitar como si fuese una acción del mismo demonio. Y es posible que formalmente no sea homologable con otras consultas, entre otras cosas porque se empeñaron en ello los medios de los que dispone el Estado, pero la participación fue masiva y mostrando una fuerte voluntad de hacerlo y, además, mayoritariamente a favor de las tesis propuestas. ¿Alguien da más? ¿Qué no había garantías? ¿Qué no era legal? Concedido, pero se ha certificado el sentir de una gran parte de la población y se ha podido ver del uno al otro confín. Los reproches sobre la formalidad de la consulta quedan para consuelo de burócratas;  pero bien mirado, sobre todo desde el punto de vista práctico, si se hubieran cumplido todos los requisitos de un referéndum legal estaríamos en la misma situación. Dicho de otro modo: el referéndum del 1 de octubre  tiene todo su valor moral y político, aunque  parece que no jurídico.
Es razonable pensar que si se materializa la comisión de cualquier acto delictivo que han organizado otros, tanto los organizadores como los participantes deberán responder,  en el grado que corresponda, de la realización de ese hecho delictivo. Imaginemos que, convocado y promovido el referéndum  como lo hizo la Generalitat, nadie hubiese acudido a constituir mesas ni a votar: no se podría decir que el referéndum se celebró y, por tanto, el fraude de ley solo se habría producido por el hecho de la convocatoria  y los correspondientes preparativos.  Pero los que participaron en el referéndum, de cualquier forma, han colaborado necesariamente con la consumación de un acto perseguido por  el ordenamiento jurídico, que motivó varias órdenes judiciales con el fin de evitar dicha votación.  Hemos escuchado a personas que asumen públicamente, delante de jueces y fiscales, que estaban al cabo de la calle de las disposiciones judiciales sobre el referéndum y que participaron, lo promovieron, ocuparon locales públicos, constituyeron mesas y colaboraron en el recuento.  Y a pesar de que sus acciones fueron determinantes, sobre todo la de votar, en la materialización de la consulta, parece que hay consenso en que los que hacían cola para llenar las urnas no pueden ser objeto de acusación de delito alguno. Es decir, no es delito participar en algo cuya organización sí lo es. ¿No resulta extraña esta situación? Si no fue delito votar, cuando se trataba de consumar una ilegalidad, y parece que es difícilmente  defendible lo contrario viendo como se han tomado los hechos los que vigilan estas cosas, que han actuado efectivamente soslayando esa posibilidad de delito, ¿cómo se puede defender que preparar y organizar un acto sea delito cuando la comisión de ese acto no lo es? ¿Quizá sea porque en estos casos es donde se hace realidad aquello de que “el pueblo es soberano” y cuando actúa como tal está por encima de todo poder?  En ese caso no sería justo perseguir a quien promovió el ejercicio real de esa soberanía.