viernes, 1 de abril de 2016

Aldeabitácora entrevista a ZD

El Zorro Desenmascarador es un personaje que deambula por pueblos y ciudades, como un héroe de tebeo, sacando a la luz supercherías, pinchando burbujas hinchadas a base de palabrería y luchando contra las versiones interesadas. Aldeabitácora ha mantenido un encuentro con ZD y le ha formulado una serie de preguntas, en animada charla, a este “caballero andante”. Esperamos que la entrevista sea del interés de los lectores.

¿Es usted peligroso? Ya sé por dónde vas. Bueno, antes de contestar quiero agradecer a Aldeabitácora la oportunidad que me da para difundir mi lucha. Supongo que el hecho de no estar mediatizado por ningún poder me confiere una capacidad de actuación que no tienen otros. Sucede lo mismo que con las organizaciones que no reciben recursos de instituciones: son más libres para actuar y para opinar. Tendrá que ser así, pero da cierta pena, y a veces indignación, comprobar cómo algunas organizaciones son muy beligerantes excepto con aquellos de los que depende la difusión de sus actividades. Deberían reflexionar porque los avances en su admirable labor queda contrarrestada con creces por actitudes retrógradas pintadas de modernismo; tragan y luego se quejan de que las cosas van a peor. Esto no sucede porque la gente sea ni mejor ni peor que antes, sucede porque se siente respaldada implícitamente.  Opinar en contra de los poderes es peligroso. Y si yo me dedico a la comunicación, a la cultura, al arte o a filosofar y te digo que tú, que me estás entrevistando, eres peligroso porque no tienes pelos en la lengua, es que yo, que me dedico a la comunicación, a la cultura o a filosofar, no soy peligroso, tengo pelos en la lengua, seguramente por depender de algún poder, generalmente económico.

Ha mencionado usted la filosofía. ¿Qué es un filósofo? Supongo que quieres ir más allá de la propia definición de filosofía, porque de lo contrario lo mejor es que cogiéramos tu teléfono inteligente y lo miráramos en Google. Yo creo que un filósofo es alguien que reflexiona, que piensa, sobre la existencia humana; que elucubra, sugiere, explica sobre la esencia de lo que significa ser persona. De la misma manera que la materia está constituida por átomos, el cuerpo de las ideas estaría formado por unidades básicas de pensamiento;  a desentrañar estas unidades se dedicaría la persona que filosofa. Y cualquiera puede filosofar, siempre que esa idea, ese pensamiento surja de uno mismo, o lo haga suyo tras reflexionar. Evidentemente, el conocimiento de la Filosofía ayuda en ese discurrir y filosofará más y mejor quien haya estudiado Filosofía, pero, si no se ha producido una idea nueva en el propio bagaje intelectual que suponga un avance en el mundo de la Filosofía, habría que cuidarse mucho en autodefinirse como filósofo, sobre todo por respeto a Kant y compañía. Para mí, y en principio, no es lo mismo un filósofo que un catedrático de Filosofía, aunque tenga todo el derecho a utilizar su título como le parezca, como tampoco es lo mismo un pedagogo que alguien que, sin más, se dedicó a la enseñanza.

¿Enseñanza o educación? Pues mira, hubo un tiempo en el que se consideró, hablando claro, que educar era equivalente a domesticar y desde los ambientes más progresistas, cuando se pusieron en solfa las verdades oficiales de la dictadura franquista, surgió la denominación de enseñante. Esta denominación tiene sus ventajas. Referirse a enseñanza, en lugar de educación, es más humilde y pone el énfasis en una actividad más profesional y más ajustada a la realidad. Es más profesional al eliminar la carga vocacional que se le supone a la educación, algo así como un sacerdocio en el que hay que renunciar a muchas cosas, y se ha utilizado ese supuesto cariz vocacional para justificar malas condiciones de trabajo de los enseñantes. Se permiten unas condiciones de trabajo impensables en otros sectores. Y cuando digo más ajustada a la realidad me refiero a que ese proceso adaptativo que debería ser la educación  hoy día no se realiza, en su mayor parte, en la escuela. Incluso voy a ir más allá: para determinadas situaciones la escuela perjudica la educación porque la adaptación a la vida a la que me refería antes solo se realiza en un sentido, cuando se debería realizar en ambos.

¿Me puede explicar esto?  No lo acabo de entender. Cada  persona necesita realizarse como individuo, al mismo tiempo que nuestra organización social requiere individuos adaptados a una forma determinada de entender las relaciones sociales. La adaptación, por tanto, debe ir en los dos sentidos: del individuo a la sociedad y de la sociedad hacia el individuo.

Y, según usted, esa especie de reacción de doble sentido no está equilibrada. Exacto. Generalmente, los educandos, más allá de la escuela, soportan un troquelado respecto a una determinada manera de  entender la vida, la autoridad, la muerte, la trascendencia, al otro, a la otra, al dinero, a la naturaleza, etc. En ocasiones, “la educación” consigue individuos adaptados, otros dirían domesticados, a costa de las necesidades personales, y en otras, el resultado es excluyente en el acceso a una vida digna. Luego, resulta que hay gente que dice que hay que desaprender lo que nos enseñaron para ser más felices, evidentemente se refieren a la educación no a aprender a leer, a escribir, o a conocer la música, ¡pues vaya un viaje que hemos hecho! Podíamos haber empezado por ahí.

Entonces, si distinguimos enseñanza y educación, ¿cuáles son los problemas que están por resolver, hoy en día, en una y en otra? En la enseñanza está muy claro: falta profesionalidad, formación continua y unas condiciones de trabajo adecuadas, tanto en los profesores como en los equipos directivos; la importancia de estos últimos en una adecuada organización y buen ambiente de trabajo es esencial para conseguir eficacia. Por lo que respecta a la educación te puedo decir que educación y sociedad no son compartimentos estancos: no se puede “enseñar”  la solidaridad, el respeto, la generosidad, el espíritu crítico… Todo eso hay que vivirlo en todos los aspectos de la vida: en la escuela, en la convivencia personal, en el grupo, en la empresa, en la cultura, en el arte y en el ocio; pero no se puede pedir eso de unos, los educandos, cuando el conjunto de la sociedad va por otros caminos. No se puede basar la educación en la hipocresía porque termina reventando lo que supuestamente se pretendía. Cargar las tintas en aquello tan socorrido de que los padres no saben decir “no” o en el mal uso de las nuevas tecnologías es, por lo menos, simplificar mucho las cosas.

¿Son tan determinantes los padres a la hora de conseguir individuos adaptados? Uf. Mira, una cosa está clara: la disponibilidad de medios culturales y económicos en la familia siempre ha sido, y lo sigue siendo, un factor determinante en el éxito académico; aunque puede haber circunstancias del azar de la vida que puedan haber contrarrestado semejante determinismo, pero, en general,  es así. Otras cosas no están tan claras: padres despóticos  o egoístas o avariciosos, por ejemplo, cuyos hijos no comparten esos estilos;  y al contrario también sucede. Creo que hay componentes de la forma de ser que se escapan al control, quizá sea una carga genética y, de la misma manera que se aprende a controlar otros impulsos innatos, se manifiestan de una forma atenuada o tolerable en función de cómo se responda a los estímulos del ambiente. Por ejemplo: estoy convencido de que el egoísmo, que en principio nos suena tan mal, es una característica innata de la persona. Y es posible que, en su momento, la actitud egoísta fuese, adaptativamente hablando, lo que salvase a un individuo de morir de hambre al robar la poca comida disponible para el grupo. En otros casos pudo suceder lo contrario: una actitud no egoísta pudo ser el mecanismo para ser aceptado y protegido por otros. La verdad es que los padres son, en muchas ocasiones, “la percha de los golpes” de los supuestos problemas de los hijos. Y esto es lo más fácil, pero no siempre es acertado.

 ¿Justifican tanto los padres a los hijos como se dice? Pues yo creo que existe una tendencia a pensar que los padres se ponen en contra de los profesores, por ejemplo, por sistema y se pretende que lo que dice el profesor, sus actuaciones y actitudes tengan valor de ley. Eso es un disparate. Si las cosas fuesen como deberían, los padres, como responsables últimos de los hijos no deberían tener ningún problema para el conocimiento y control de lo que sucede en el aula, qué se enseña a su hijo, cómo se hace y cómo es evaluado. Es su derecho. Estamos cansados de ver arbitrariedades e inoperancias en profesores que afectan a los niños y jóvenes. Muchas cosas que se hacen o se dicen, o el aburrimiento sistemático,  en el aula no las soportaría un adulto medianamente consciente de sus derechos. Tal y como se hacen ahora las cosas resulta muy difícil saber quién lo hace bien y quién lo hace mal, y tomar medidas. El que hace las cosas bien y con fundamento no tiene miedo al control o a ser cuestionado. Hay que desnudarse de prejuicios que hacen que los procesos vayan en un solo sentido. Siempre hay excusas para cargar en el más débil. Hay padres que se ven inermes frente a la burocracia y el sistema.

Pone usted muy mal las cosas. Claro. El sistema puede mucho. A veces se mira para otro lado y se ponen “retintines” y “peros” muy significativos. Fíjate que alguien que se autodenomina pedagogo escribía  el otro día que, hablando de una caso escolar de maltrato entre iguales, seguramente los profesores no hicieron nada porque si el maltratado no utilizaba los medios puestos a su alcance, pues… Debe ser que cuando estaba en activo hubiera esperado que el acosado se subiera a su tarima de cátedra para quejarse.  Y es que no se puede ver el mundo educativo como si estuvieras en una trinchera, peleando para un lado.

¿No es usted un poco antisistema? No. En el mundo de la enseñanza no lo soy un poco, lo soy bastante, ja, ja.