viernes, 20 de marzo de 2015

Huesos y calaveras

¡Sosiego, caballeros! ¿Acaso no consuela  al deudo de la persona que pasó a mejor vida conservar un manojo de cabellos y ponerlo allá donde siempre presente esté y le vengan a las mientes su genio y su figura? ¿Agora  disputarán si obran bien, o es fechoría, descubrir mi osamenta, o lo que quede de ella, mostrarla y ponerla en admiración? No serán tenidos por mentecatos los que se empeñen en hallar esqueletos ilustres, pues a las creaturas de Dios, aqueste y al otro lado del mundo, les place sobremanera, y para mostrar reverencia, hacer acopio de huesos y calaveras.
 Catedrales, abadías, iglesias y conventos  atesoran toda suerte de restos de los que habitan el cielo; y acércanse  caballeros y damas, clérigos y hombres de armas, mozas y viejas, príncipes y jornaleros y póstranse y alzan plegarias delante de las reliquias. Y no es que me tenga yo  por igual que los santos y los mártires, ¡válame Jesucristo, Nuestro Señor!, que dejé el cuerpo mortal hace siglos, confesado y comulgado, ungido con los santos óleos al punto de expirar, con un brazo mudado en miembro inútil en la lid por la Cristiandad, bendecido por el favor de indulgencias obtenidas lo mesmo  por limosnas que por penitencias, y aún me hallo sin el gozo de la gloria junto a Dios Padre. Purgatorio debe ser donde me encuentro, aunque más conforme sería decir que es limbo porque no padezco ni me quemo ni me azotan ni en amargura me encuentro;  aunque, a decir verdad, tampoco me importuna pasión que valga tal nombre. Siglos son ya la espera;  mas en esta clase de anhelos el tiempo se trastoca y pareciera que llevo en capilla lo que se tarda en rezar un avemaría. No dispongo de entretenimiento, pero es menester decir que la imaginación sigue viva y puesto que El Ingenioso Manchego y su escudero y Dulcinea y los demás, a los que dejaré de nombrar por no cansar a vuestras mercedes, hijos míos son de mi discurrir, y tenemos a bien entre todos platicar y aunque mi pena, por ser tan gran pecador, se prolongare hasta el Juicio Final, tendré que dar razón de que en aqueste lugar mi alma no está tan mal.
Juzgaron vuestras mercedes mi vida y mis milagros, que así llamo yo a mis libros, y aunque soy melindroso con la fama que nunca procuré en demasía, pues pareciome un humilde servicio el escribir, por favorecer las buenas artes  de buena gana defiendo un monumento a mis huesos. Si ha de ser, que sea, con permiso de la Santa Madre Iglesia, ya que soy fiel devoto de la fe verdadera. Paréceme que no es necesario osar en extenderse, mas entiéndase la sencillez con la que viví a la hora de exponer lo que queda de mí y ni un maravedí de más se haya de gastar en ello, pues harto difícil es administrar con honradez  y equidad los dineros de la villa.
De aquesta manera, y pidiendo el perdón por la comparación con la morada del Señor, yo mesmo y todos los que a las letras nos dedicamos podremos gozar  de la gloria y ser tenidos por santos de la religión de las artes y como tales reverenciados, que ello no daña y puede trocarse en acto de justicia.
Otros con mi mismo oficio pudieran quedar en tumbas perdidas o inhumados en vergonzosa manera, sin nombre patente ni manifiesto;  pues búsquense y denles un buen fin a su historia tanto como pudieren.
De todo ello os ruego que me hagáis merced.


M.C.

viernes, 6 de marzo de 2015

The most important thing. Retratos de una huida. Sokol. ACNUR. CaixaForum

Están ahí para que tú los mires, y te miran de frente, en blanco y negro;  posaron para ello, en su campo de refugiados, al que llegaron tras ser amenazados allá donde vivían, en Mali, en la República Centroaficana, Sudán o  Siria. Ahora, desde el Kurdistán iraquí, desde Sudán del Sur, desde la Repúbica Democrática del Congo o desde Burkina Faso nos llegan sus imágenes; algunos de ellos con sus familias, o con lo que queda de ellas, y muestran, a veces como se muestran las ofrendas a los dioses, aquello que consideraron lo más importante para llevarse  al destierro.
Amenazas, crímenes sobre vecinos o familiares, destrucción de su casa, acoso sexual, miedo, dolor, espanto…
Coge lo imprescindible, organiza a tu familia, si no te vas en soledad, llévate algún alimento, si lo tienes, y huye. Mira por última vez antes de la partida y escoge algo que guardarás sagradamente porque recordará tu dignidad y te unirá a tus raíces.

Así, María, que con tus diez años caminaste descalza tres meses, contrajiste la malaria y estuviste sin comer diez días. Cuando saliste hacia Sudán del Sur te llevaste un bidón para agua, vacío, como objeto más preciado. Ahora tu fotografía me mira: tú sola y tu bidón.

Benjamin, cuarenta años, cargó con su máquina de coser hasta ponerse a salvo en el campo de refugiados; gracias a ello puede realizar algún trabajo en su tienda de campaña.

Jean Baptiste, enfermero de cuarenta y cinco años, muestra su carnet de identidad de la República Centroafricana. Derecho a ser refugiado.

Bonheur, con nueve años, no se llevó ningún objeto. Solo tiene su vida y a su familia.

Mariam Diallo abandonó Mali por amenazas debidas a su negativa a llevar pañuelo y nos enseña sus pendientes como objeto más preciado.

Omar Al-Bashir, que también huyó de Mali, muestra su reloj porque vivir sin tiempo es morir.

Omar Ag Chakude posa con turbante tuareg delante de su tienda, orgulloso de haberla transportado hasta el campo  de Burkina Faso.

  Abdau Ag Moussa, de 34 años, su moto le acompañó desde Mali y no se separa de ella.

May tiene ocho años, se encuentra en un campo de refugiados en el Kurdistán iraquí tras huir de Siria. Nos enseña las pulseras, aunque le hubiera gustado más llevarse su muñeca; con las prisas la dejó en casa.

Omar, de 37 años, hizo el mismo recorrido que May y se llevó su buzuq, para hacer música.

Iman, mujer de 25 años,  huyó de Alepo por acoso sexual. Su objeto más preciado es un libro desgastado de tanto uso; es un corán.

Alia es una mujer de 24 años ciega y dependiente de una silla de ruedas que huyó de Siria. Cuando le preguntaron por lo más preciado para ella respondió: el alma. ¿Y la silla de ruedas?, le dijeron. Contestó: “la silla de ruedas parece que es de mi cuerpo”.

Hassan no sabe la edad que tiene. Cree que puede estar entre 60 y 70. Huyó de Sudán salvando su billetera; la enseña completamente vacía. Dice que ahora es un indigente.

Ahmed, diez años, se ha fotografiado con su mono mascota.

Dowla, mujer de 22, se llevó un largo palo de madera. Con él y unas telas consiguió transportar a sus seis hijos, durante diez días, hasta Sudán del Sur.

Howard, 21 años, muestra su largo cuchillo shefe.

Jean, de 36, consiguió llevarse su red de pesca.

60 años tiene Homaia Ag Bara; consiguió llegar a Burkina Faso desde Mali con dos burros que le sirvieron para transportar a su esposa y cuatro hijos. Otros dos hijos no pudieron ir con ellos porque fueron asesinados.

Leila tiene nueve años, está en un campo de refugiados del Kurdistán iraquí y procede de Siria. Su objeto más preciado son unos pantalones vaqueros con una flor.

Daud Ag Ahmidou, tiene 45 años. Aparece en la fotografía con su almohada tuareg; dice que le une a sus antepasados y a sus tradiciones.

Fideline, de trece años, salió de la República Centroafricana y es muy aplicada. Se pudo llevar sus cuadernos y su bolígrafo.

Lucie tiene 38 años, refugiada en la República Democrática del Congo, sufre una discapacidad física y su objeto más preciado es una biblia.

El fotógrafo estadounidense Brian Sokol dedica su vida a mostrar al mundo a las personas que sufren violaciones de sus derechos y crisis humanitarias. Unas imágenes, y unas vidas, que nos interpelan y conmueven;  podemos verlas en CaixaForum de Madrid, en colaboración con ACNUR, hasta el 31 de Mayo de 2015.


martes, 3 de marzo de 2015

"Al diablo se le vence con amor" (Bob Marley): cita en "Samba" dirigida por Toledano y Nakache

Podría escribir sobre los centros de internamiento,  o relatar la desesperación  de las personas ante el peso de la burocracia. Quizás contar cómo el encuentro entre dos seres humanos puede ahogar su existencia  o llenarlos de felicidad. Podría hablar de la satisfacción del trabajo  basado en la búsqueda de lo mejor para otros; de la amistad anclada en la lucha común; del engaño utilizado como tabla de salvación; de lo enfermizos que son algunos ambientes laborales.  Y de la bondad, y de quien devuelve mal por bien.  Podría hacerte pensar en los que tardan años en llegar a un destino  incierto para retornar a la indignidad en horas; en la furia ante la injusticia o en el trabajo pagado con limosna y sin derechos. Y, tal vez, podría hablarte del amor: quizá presente mientras estás encerrado aguardando a  que un funcionario decida el destino, a la espera en la mirada del trabajador o la trabajadora social que intenta comunicarse contigo, buscándote en tu lugar de trabajo, tomando la amistad como punto de partida, llegándote en la travesía hacia el primer mundo. Ojalá que el bueno de Bob Marley tuviera razón.



Samba, "me llamo Samba, como el baile", situaciones dramáticas mezcladas con amor, buen humor, risas y mensajes positivos.