viernes, 5 de julio de 2019

El juicio de ZD: 14.Pasaban por allí


No hay grupo humano mínimamente cohesionado sin líder. El comportamiento adaptativo de nuestros  ancestros, como también les ocurre a gorilas y chimpancés y a otros mamíferos, les llevó a vivir en comunidad, lo que trajo como consecuencia la aparición de un líder a quien seguir. La  vida actual es muy distinta a la de las primeras organizaciones sociales humanas, pero del fondo de nuestra psique aflora la necesidad de sumisión a un jefe. Tan es  así que, en general, no basta con la creencia en un ser inmaterial, un dios, que con sus preceptos y mandamientos, comunicados de la mágica manera  de la que pudiera  ser capaz, iluminara a los humanos para comprender  su mundo; es necesario alguien más cercano a nuestra naturaleza, un ser de carne y hueso  al que se pudo tocar, ver y escuchar, para que se erija en el líder verdadero de una religión. Es el líder que agrupó en su momento a las distintas gentes el que determinó las particularidades de cada religión que ha sobrevivido a los avatares de la humanidad. Porque si atendemos  solamente a los atributos de  los espíritus supremos de cada creencia no se encuentran grandes  diferencias entre ellos.
Repasemos la historia de los grandes líderes pasados y presentes, grandes aunque solo sea por los millones de personas bajo su poder. Son los líderes a los que se atribuyen las grandes conquistas y las creencias de toda una población, al margen de la  lógica, en la raza y la supremacía y en la culpabilidad de las etnias que fueron chivo expiatorio de miserias nacionales. No hay que hacerse ilusiones: los líderes son capaces de arrastrar de forma irracional a sus seguidores y estos creerán en cualquier cosa que digan y avalarán los actos de aquellos. Que, en ocasiones, el liderazgo consiga movilizaciones emancipadoras o libertadoras no quita valor a lo dicho sobre el poder alienador del líder y la seducción acrítica que se implanta en los seguidores.
Como era de esperar, en el independentismo catalán también encontramos líderes: unos ejerciendo de políticos durante los hechos que esperan sentencia y otros surgidos de lo que podríamos llamar la sociedad civil. Todos ellos encausados. Cuando todo termine, o en el futuro más o menos lejano, ¿se les reconocerá  como líderes libertadores que sufrieron persecución o como líderes que se aprovecharon de la facilidad de manipulación de la gente? No nos aventuraremos a pronosticarlo, pero seguro que influirá el hecho de que al final consigan su objetivo o no.
Hemos podido ver, en la presentación de las pruebas del juicio, a los líderes “no políticos” en lo alto de escenarios, sobre vehículos policiales y mediando con las fuerzas del orden en concentraciones de protesta; y en las intervenciones que nos han mostrado se han podido escuchar discursos escasos de contenido, muy poco elaborados, sin especial calado, y lanzando frases poco variadas, e incluso anodinas, para que fueran coreadas una y otra vez por los concentrados, como esos mantras que utilizan algunos grupos místicos para impedir pensar. Pero esto es una cosa y otra es hacerles responsables de la declaración de independencia; de los acosos a cuarteles, que no se puede decir que alentaron; del destrozo de vehículos policiales por parte de incontrolados que ponían sucesivamente su granito de arena; de la organización del referéndum y de la afluencia masiva a las concentraciones motivadas por registros, que se realizaron sin mayores impedimentos más que los derivados del inmenso gentío que se congregó, al contrario de las importantes trabas a la acción policial que pudimos ver  el 1 de octubre. Hacerles responsables a estos líderes de los sucesos anteriores, principales elementos del proceso, sería forzar el concepto asociado a la  autoría de un delito, cuando no se conocen imputaciones a los autores materiales de lo que podríamos llamar desórdenes del 1 de octubre, acosos a policías en sus residencias e incidentes más o menos importantes en los  registros. No son la trama “civil” de una rebelión, si la ha habido. Y si existió sedición con el propósito de impedir los registros, lo que está por ver, no son más culpables que las multitudes que llenaron las plazas. Si existiera alguna responsabilidad en estos líderes, sin cargos públicos en el momento de los hechos, sería la de apoyar un proceso de independencia, alentarlo, promoverlo. Sin más  es una responsabilidad tan difusamente perseguible por el ordenamiento jurídico de la España democrática, según lo que hemos podido ver y escuchar, que deberían ser absueltos.
 Los poderes alimentan la idea de la irresponsabilidad de las gentes, de que los actos de las masas son impulsados por superhombres capaces de dirigir la mente de los demás,  esos seres  amontonados que  actuarán como autómatas sin cerebro ni voluntad gracias a ese impulso primigenio de obediencia ciega al líder. Hay que sacudir las conciencias, hay que exigir que no se trate a la gente como menores de edad, irresponsables de sus actos y a los que no se pueden pedir cuentas de sus decisiones. Ya se debería haber  acabado en estos tiempos con el escarmiento a los supuestos cabecillas cuando se es incapaz de controlar a las masas, como se acabó con la costumbre de diezmar para castigar a unas tropas de las que no se podía prescindir. Escarmentar a unos pocos, por delitos, donde los hubiere, cuya ejecución corresponde a otros, es muestra de gran debilidad.

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