martes, 16 de abril de 2019

El juicio de ZD: 9. El "procés" de Kafka


Supongo que no es fácil tener algo de poder, aunque sea el tentador poder de movilizar a las masas, y no sucumbir al peligro de creerse  con la fuerza moral suficiente para instar, recomendar o sugerir, según se mire, pero siempre con una componente paternalista, que unos municipales hagan la vista gorda, que pasen de largo y no se metan en líos y dejen en paz los carteles “Hola República. Sí” y dejen también en paz a los que los portan y pegan en las paredes, porque ¿qué más les da? Pero si a los paternalistas  no se les sigue la corriente y no se asume su  humillante supremacía, entonces el rol que han asumido les llevará a comportarse de forma autoritaria para no perder la ascendencia sobre los que observan la escena, y, por ejemplo, se pondrán delante del coche patrulla con las manos sobre el capó y no darán su permiso para que nadie se vaya hasta que no aparezca cualquier cosa que alguien perdió. No; no es fácil detentar cierta autoridad.
Puede suceder que, por falta de educación ciudadana,  parezca que la policía local está al servicio del alcalde; que estos, los alcaldes, son una especie de caciques que se pueden saltar la cadena de mando y manejar a los agentes a su antojo, y no faltará la persona, de ese tipo de gente capaz de decir “no sabe Vd. con quién está hablando”, que llame por teléfono,  o simule llamar,  a la máxima autoridad municipal para decir “oye tus guardias…”. Y también es posible encontrase con ese concejal prepotente que no dudará en desautorizar a los agentes tomando decisiones para las que no tiene competencias.
Una sociedad es avanzada cuando están generalizados unos comportamientos  y una mentalidad que ponen por encima de cualquier otra circunstancia la libertad de pensamiento y de opción de vida, así como la dignidad de la persona. Y no basta con vivir de las rentas de unos tiempos pasados en la que se podía presumir de ir a la vanguardia de la modernidad social. Siempre habrá individualidades que despunten en un grupo social, en Cataluña, en California o en Hong Kong, pero si el conjunto de la sociedad no está empapada de ciertas actitudes, o ha dejado de estarlo, tendrá que ir pensando en dejar de presumir de adelanto y modernidad. Si la gente, en momentos en los que es posible que se muestre espontánea, desinhibida como para  manifestarse como se es, al encontrarse diluida en la masa,  no actúa bajo los parámetros de modernidad y avance social no se puede decir que ese pretendido carácter avanzado sea una realidad; más bien,  si en algún momento existió,  ahora se ha convertido en un  mito sin fundamento.  En una sociedad como requieren los tiempos actuales no tienen cabida determinados insultos de honda raigambre discriminadora, ni dirigidos contra los policías estatales ni contra nadie.  Si el cesto del cambio político en Cataluña se pretende tejer con los mimbres de masas retrógradas, también capaces de conductas tan poco higiénicas como lo es el lanzamiento  de escupitajos,  a las que todavía no les parecen impensables ciertos  calificativos, reflejo de la íntima mentalidad, no les auguro un porvenir constructivo.            
Los últimos relatos nos han paseado por paisajes “kafkianos” y “surrealistas”, según expresiones de distintos testigos, con grupos de bomberos con la forma física que corresponde, y ataviados con el traje de faena, integrando la masa de resistentes; con unos policías que se  empleaban a fondo para entrar en centros de votación y requisar material electoral venciendo la resistencia de barreras humanas  a veces mansas y a veces bravas, mientras la pareja de policías autonómicos de rigor veía todo desde la barrera, en lontananza, incluso apartándose tras un seto, sin dignarse a echar un capote porque ni ese toro era el suyo ni tenían órdenes de saltar al ruedo. Una faena en la que se pueden cortar orejas, y el rabo.


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