La caballería avanzaba por el desfiladero y a su paso, desde
las alturas, vigías apostados estratégicamente se comunicaban en la distancia mediante
los destellos que producía el sol en los
pequeños espejos que manejaban. Cuando los soldados llegaron a su destino, los
indios tenían preparado el recibimiento. Así
pudo ocurrir en algún territorio americano en aquellos lejanos tiempos
de la conquista del Oeste. Y algo así nos han relatado que sucedió con un
convoy policial marchando hacia algún lugar de Cataluña para impedir actos
prohibidos, pero utilizando teléfonos móviles en lugar de un método tan arcaico
como el uso de reflejos luminosos.
Y ya que estamos rememorando escenas de antaño que bien
podríamos haber disfrutado en la gran pantalla, también puede suceder que el juego que los independentistas de calle se han traído entre manos se
parezca mucho a las carreras, los engaños, los quiebros y persecuciones propios
de un corto de Tom y Jerry. Un gato persiguiendo con ganas a un ratón que hace
lo que sea para no ser cazado. Para ello, el ratón necesita dosificar su
esfuerzo, ser preciso, ajustar su velocidad para no ser alcanzado y poder
cambiar bruscamente de dirección y meterse en el escondite salvador.
Los testimonios de los últimos días, sobre todo de
actuaciones en centros de votación del pretendido referéndum, parecen el juego
inteligente de un ratón ante la fuerza bruta del gato. La inteligencia estuvo,
está, en mostrar concertadamente brazos en alto y cánticos que proclaman que se
es gente de paz e invitando jocosamente a que se marche la fuerza pública
mientras se aplica el típico juego subterráneo de patadas, zancadillas y
esparcimiento de lavavajillas para procurar patinazos, como si todo fuera parte
de una representación cuyo guion tenía por objeto hacer una cosa y que parezca
otra. De esta manera, cuando se relataban golpes a los componentes de los
dispositivos de la policía, las defensas de los acusados recordaban que había brazos
levantados y autodefiniciones cantadas de ser gente de paz. Tampoco me ha
convencido el haber dejado caer, durante las sesiones del juicio, que los actos
de resistencia más violenta se producían cuando algún manifestante sufría un acto de fuerza de los antidisturbios. La gente
de paz debe tener el umbral de contestación a la actuación policial algo más
alto. Eso es lo que esperaban los componentes de los equipos operativos que se
disponían a impedir las votaciones, que la resistencia fuese pasiva, y acudían
sin especial protección en varios casos, como si fuesen a realizar una prueba
de alcoholemia a un conductor imprudente, echando de menos, pronto, casco y
espinilleras.
Las versiones de los mandos de la policía autonómica y las
de los responsables de la estatal son totalmente divergentes en cuanto a la
interpretación de lo que suponían las órdenes del juzgado competente y las
previas del fiscal para hacer frente a la convocatoria electoral y también respecto
a la disposición y capacidad de actuación de las fuerzas del orden de Cataluña.
Se puede decir que los ingredientes del cóctel necesario para que la operación
tendente a evitar el referéndum saliese
mal estaban mezclados y listos para ser servidos: imposición de un coordinador,
de carácter “híbrido entre político y operativo”, según un testigo de la
policía autonómica; desconfianzas mutuas; ideas preconcebidas alimentadas por
aquí y por allá; falta de comunicación; ruptura de acuerdos previos sobre
formas de coordinación, que llegó a fragmentarse en células (una por provincia)
que no se informaban entre sí ni tomaban decisiones conjuntas. A mi entender, las
explicaciones del segundo responsable de la policía autonómica han sido más convincentes
que las del coordinador del dispositivo general, y sus subordinados más
inmediatos, respecto a la actuación generalizada, previamente acordada, de la
policía catalana; respecto a los llamados seguimientos en los movimientos de
las policías estatales y a las
referencias a las comunicaciones entre policías autonómicos, incluido el uso de
la clave 21* (por fin nos hemos enterado qué significaba); respecto a los
intentos para que la Generalitat desconvocase la votación por ilegal y peligrosa
para el orden público, etc. No creo, por lo visto hasta ahora, en una actitud
general de la policía autonómica que se pueda considerar “estafa”, como se ha dicho por parte de una
de las versiones, ni de obstrucción deliberada a los mandatos legales.
Estas “peleas” entre distinto cuerpos policiales, o entre
sus mandos, no nos deberían coger por sorpresa. Las causas, consecuencias y
motivaciones de esas disputas no escapan a las circunstancias de la condición
humana y son una buena fuente de inspiración para todo tipo de fabulaciones que
han quedado plasmadas en multitud de films en grandes y pequeñas pantallas. Que
pregunten al FBI, a la DEA, al NYPD, a la policía de Los Ángeles y al sheriff
del condado.
*La clave 21 es un sistema de comunicación a través de
teléfonos móviles, menos transparente que
el uso de las emisoras oficiales de la policía. Su utilización se ha justificado
como un medio de evitar la saturación de
las comunicaciones por radio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario