domingo, 7 de abril de 2019

El juicio de ZD: 8.Catalonia Street Blues (Canción triste)


La caballería avanzaba por el desfiladero y a su paso, desde las alturas, vigías apostados estratégicamente se comunicaban en la distancia mediante  los destellos que producía el sol en los pequeños espejos que manejaban. Cuando los soldados llegaron a su destino, los indios tenían preparado el recibimiento. Así  pudo ocurrir en algún territorio americano en aquellos lejanos tiempos de la conquista del Oeste. Y algo así nos han relatado que sucedió con un convoy policial marchando hacia algún lugar de Cataluña para impedir actos prohibidos, pero utilizando teléfonos móviles en lugar de un método tan arcaico como el uso de reflejos luminosos.
Y ya que estamos rememorando escenas de antaño que bien podríamos haber disfrutado en la gran pantalla, también puede suceder que el juego que los independentistas de calle se han traído entre manos se parezca mucho a las carreras, los engaños, los quiebros y persecuciones propios de un corto de Tom y Jerry. Un gato persiguiendo con ganas a un ratón que hace lo que sea para no ser cazado. Para ello, el ratón necesita dosificar su esfuerzo, ser preciso, ajustar su velocidad para no ser alcanzado y poder cambiar bruscamente de dirección y meterse en el escondite salvador.
Los testimonios de los últimos días, sobre todo de actuaciones en centros de votación del pretendido referéndum, parecen el juego inteligente de un ratón ante la fuerza bruta del gato. La inteligencia estuvo, está, en mostrar concertadamente brazos en alto y cánticos que proclaman que se es gente de paz e invitando jocosamente a que se marche la fuerza pública mientras se aplica el típico juego subterráneo de patadas, zancadillas y esparcimiento de lavavajillas para procurar patinazos, como si todo fuera parte de una representación cuyo guion tenía por objeto hacer una cosa y que parezca otra. De esta manera, cuando se relataban golpes a los componentes de los dispositivos de la policía, las defensas de los acusados recordaban que había brazos levantados y autodefiniciones cantadas de ser gente de paz. Tampoco me ha convencido el haber dejado caer, durante las sesiones del juicio, que los actos de resistencia más violenta se producían cuando algún manifestante sufría un  acto de fuerza de los antidisturbios. La gente de paz debe tener el umbral de contestación a la actuación policial algo más alto. Eso es lo que esperaban los componentes de los equipos operativos que se disponían a impedir las votaciones, que la resistencia fuese pasiva, y acudían sin especial protección en varios casos, como si fuesen a realizar una prueba de alcoholemia a un conductor imprudente, echando de menos, pronto, casco y espinilleras.
Las versiones de los mandos de la policía autonómica y las de los responsables de la estatal son totalmente divergentes en cuanto a la interpretación de lo que suponían las órdenes del juzgado competente y las previas del fiscal para hacer frente a la convocatoria electoral y también respecto a la disposición y capacidad de actuación de las fuerzas del orden de Cataluña. Se puede decir que los ingredientes del cóctel necesario para que la operación tendente a  evitar el referéndum saliese mal estaban mezclados y listos para ser servidos: imposición de un coordinador, de carácter “híbrido entre político y operativo”, según un testigo de la policía autonómica; desconfianzas mutuas; ideas preconcebidas alimentadas por aquí y por allá; falta de comunicación; ruptura de acuerdos previos sobre formas de coordinación, que llegó a fragmentarse en células (una por provincia) que no se informaban entre sí ni tomaban decisiones conjuntas. A mi entender, las explicaciones del segundo responsable de la policía autonómica han sido más convincentes que las del coordinador del dispositivo general, y sus subordinados más inmediatos, respecto a la actuación generalizada, previamente acordada, de la policía catalana; respecto a los llamados seguimientos en los movimientos de las policías estatales y a  las referencias a las comunicaciones entre policías autonómicos, incluido el uso de la clave 21* (por fin nos hemos enterado qué significaba); respecto a los intentos para que la Generalitat desconvocase la votación por ilegal y peligrosa para el orden público, etc. No creo, por lo visto hasta ahora, en una actitud general de la policía autonómica que se pueda considerar  “estafa”, como se ha dicho por parte de una de las versiones, ni de obstrucción deliberada a los mandatos legales.
Estas “peleas” entre distinto cuerpos policiales, o entre sus mandos, no nos deberían coger por sorpresa. Las causas, consecuencias y motivaciones de esas disputas no escapan a las circunstancias de la condición humana y son una buena fuente de inspiración para todo tipo de fabulaciones que han quedado plasmadas en multitud de films en grandes y pequeñas pantallas. Que pregunten al FBI, a la DEA, al NYPD, a la policía de Los Ángeles y al sheriff del condado.

*La clave 21 es un sistema de comunicación a través de teléfonos móviles, menos transparente que  el uso de las emisoras oficiales de la policía. Su utilización se ha justificado como un medio de evitar  la saturación de las comunicaciones por radio.

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