Aldeabitácora, con la colaboración de Pepe Dintel, ha entrevistado al pensador suizo, mundialmente reconocido, Giulio A.
Rousseau.
La mañana, como casi todas últimamente, es luminosa, y,
gracias a ese vientecillo escoba que de cuando en cuando aparece en la ciudad,
el cielo está limpio y con ese color que antaño era signo de la salubridad de
la capital. A la plaza de Murillo apenas llega un poco de ese sol que hace unos
meses se elevaba firme y riguroso por encima de árboles y edificios. El almez
amarillea y pronto cederá el protagonismo a los majestuosos cedros, siempre
verdes, siempre dispuestos, como guardianes del museo, impertérritos ante el
paso del tiempo y los avatares humanos. La cita es en la puerta del
invernadero, así que nada más entrar en el Jardín Botánico enfilo el primer
camino que se dirige a la izquierda.
Ya me espera. Le he podido divisar al
sobrepasar la caseta donde guardan aperos de jardinería. Destacan su elevada
estatura, la frente despejada, que reluciría al sol si no estuviera en la
umbría, y la oscuridad del rostro motivada por una barba ni corta ni larga, según
comprobé cuando estuve lo suficientemente cerca. En el momento en el que me
reconoció, sacó las manos del chaquetón
de paño negro, en el que destacan cuatro botones frontales, y se aprestó a
saludarme. Antes del encuentro recordé la importancia que él da a lo que las
manos expresan. Por eso le incomoda que se oculten las manos y no duda en
criticar a los que te hablan con las manos en los bolsillos. Dice, aunque
sospecho que puede ser una manía, que
hablar con las manos en los bolsillos indica desprecio y posibilidad de
traición. La primera vez que le escuché esta afirmación me acordé de aquella
canción en la que las manos están dentro del gabán, con una navaja, por lo que
pueda pasar.
Buscamos un banco tranquilo, donde nos pudiera llegar algo
de sol, y lo encontramos junto al
parterre donde florecen los lirios al comienzo de la primavera. Hablamos en
castellano, que domina a la perfección, teñido suavemente de italiano.
—
¿Por qué en el Jardín Botánico?
—comienzo.
—
Oh, es un lugar que no dejo de visitar cuando
vengo a Madrid. Soy un entusiasta de los jardines botánicos. He visitado muchos
en el mundo y, por supuesto, soy asiduo de todos los de Europa. Me parece mucho
mejor que una redacción, un estudio o una cafetería.
—
¿Cómo se lleva tener un antepasado tan
ilustre? ¿Qué queda de su filosofía en tu forma de pensar?
—
Dedicarme al pensamiento y llevar ese apellido
es una gran responsabilidad. Pero no me agobio; yo pasaré y J.J. quedará. Es posible que yo no vea al ser humano
como algo tan bondadoso por naturaleza, pero lo que es cierto es que la
complejidad en la organización social no nos lleva a nada bueno. La aspiración sin
freno al confort de ciertas sociedades solo es posible si existe una supremacía
de unos sobre otros, si existe una explotación, en el peor sentido de la
palabra, de unos grupos humanos sobre otros y una explotación del medio natural. Esa
necesidad de supremacía de algunos grupos sobre otras personas, sobre los
animales y sobre el conjunto de la naturaleza es el origen de los conflictos.
Si es cierto que los humanos son seres sociales, gregarios, no deberíamos haber
pasado de la pequeña tribu. Estas acumulaciones de millones de individuos,
todos consumiendo alimentos, energía, agua, espacio vital y generando
cantidades ingentes de residuos, fruto de nuestra naturaleza animal y de la
tecnología, no tiene parangón en animales de nuestro tamaño y complejidad.
Vamos derechos al abismo.
—
Eres pesimista.
—
Es posible que sea lo que se necesite. Un
cataclismo que termine con estas aglomeraciones de individuos, más propias de
seres microscópicos o de insectos. Lo peor
sería que nos llevásemos por delante otras especies que no han
participado de nuestra locura.
Mientras pienso en la siguiente pregunta soy consciente del reclamo de un carbonero que parece
moverse, casi frenético, entre las ramas de un pino y del sonido que produce el
rastrillo del empleado acumulando las hojas caídas en el camino que tenemos a
la espalda.
—
Has mencionado el pensamiento de J.J. Un
aspecto de su filosofía, sobre la educación, quedó reflejado en su “Emilio”, un
tratado en el que mostraba la diferencia entre la educación formativa y la
informadora, entre otras cosas. Por
llevarte a la actualidad, y teniendo en cuenta que eres un gran hispanista, ¿qué
opinas sobre la intención de formar en
el patriotismo a los educandos?
—
Como dijo J.J., en educación lo que vale para
un país puede que no sirva para otro. La intención formadora en valores
patrióticos no tiene por qué ser negativa, pero esa intención surgida como
reacción a una supuesta desafección hacia lo español en determinados
territorios no es oportuna. España es un viejo estado y no necesitaría, en
principio, exacerbar los valores nacionales identificativos como lo haría uno
nuevo. El orgullo de un país no debe estar basado en unos colores, en un himno,
ni siquiera en “hazañas” (pon comillas) coloniales de gentes que vivieron hace
siglos. De lo que sí se puede presumir es de la capacidad para superar conflictos, de su solidaridad, de sus
aportaciones a un progreso bien entendido,
y a la paz mundial. Si se está convencido de los valores democráticos se
puede tratar en el ámbito educativo todo lo que tenga que ver con los derechos
de las personas y cómo ejercerlos con responsabilidad, cómo participar
activamente en la sociedad y, por supuesto, el funcionamiento del sistema. En
ese sentido, vuestra Educación para la Ciudadanía, era una opción oportuna y
consecuente con los que se creen eso de los valores democráticos, como
consecuente fue su eliminación por los que aceptan a regañadientes esos
valores. Todo habría que hacerlo fomentado la crítica, que es la única manera
de avanzar. Porque no me negarás que el sistema, democrático y todo, es
imperfecto. No nos podemos conformar.
—
No lo niego.
—
Reconozco que no son situaciones comparables,
porque ahora partís de un sistema con la homologación de democrático, pero más
énfasis que puso Franco en exaltar los valores nacionales es difícil de
encontrar y aun así resultaron
generaciones, a nivel popular, muy poco
afectas a ese tipo de nacionalismo, y eso que tenían una nula información de lo
que era la democracia. Es una reacción lógica a la imposición y al empacho de
misiones universales, imperio y parafernalia patriótica.
—
Hablando de Franco. Después de todo ese
tiempo, ¿cómo ves que se utilice "franquismo" o "fascista" para calificar decisiones
u opiniones que tienen que ver con la situación en Cataluña?
Desde hace un rato merodea por el seto que tenemos a unos metros
un petirrojo. Es uno de esos ejemplares atrevidos, y ahora, convencido de que
somos inofensivos, se sitúa casi bajo nuestros pies y apreciamos a la
perfección el inflamado color del pecho y la garganta. Se podría decir que nos
sostiene la mirada, como si echara de menos algún tipo de comunicación. No dura
mucho el mutuo interés. Por el camino perpendicular al parterre se acerca
parloteando un grupo de infantes armados
de bolis y libretas y custodiados por su maestro y un monitor. Demasiado jaleo
para el pájaro. Lejos los niños, continuamos la conversación.
—
La alusión al fascismo y a Franco es una
manera de simplificar el mensaje, de popularizarlo, agitando un espantajo que
conmueva, como es la alusión a una ideología que devastó Europa y a un
personaje histórico despreciado, en general. Comprende que el recurso a la
emoción, en este caso con visos de histeria en los principales protagonistas,
es muy socorrido cuando falla la razón y la lógica.
—
Pero no parece que el fantasma del dictador
termine de abandonarnos en ciertas posturas políticas.
—
Y parte de culpa, amigo Pepe, la tiene España.
No se ha puesto en su sitio al régimen falangista: megalómanos monumentos que
son homenajes, rendición de honores, aunque sean de pasada o de tapadillo, como
decís vosotros, a militares sublevados, por decisivas que fuesen sus hazañas
previas a la rebelión, trato indigno a víctimas y represaliados,
contemporización con recuerdos en el espacio público, instituciones que tienen
como fin la exaltación de la figura del dictador, etc.
—
Pero en democracia se pueden cometer abusos
por parte del poder.
—
Por supuesto, y hay que denunciarlo y
perseguirlo, pero España no es un estado fascista ni franquista, por más que
haya personas a las que les gustaría que así lo fuera por nostalgia autoritaria, u otras que
pretender convencer de que lo es para
justificar su enfrentamiento con el Estado. Resulta curioso comprobar el
fervor constitucional que muestran algunas personas que no reconocen
debidamente que Franco se rebeló contra un Estado en cuya Constitución se
supeditaba a los militares bajo el poder civil. Tan respetable, al menos, era
la Constitución de la II República como la actual, por muchos millones de
personas que en España dieran gracias al cielo por la intervención militar.
—
¿Quién ha dado un golpe de estado en España?
—le pregunto.
—
¿Me vas a examinar de Historia de España? ¿Golpes?
¿Desde cuándo? (Reímos.) Hablando de memoria, te cito algunos, Fernando VII,
Pavía, Primo de Rivera, Sanjurjo, Franco con un montón de generales más, Tejero
y sus colaboradores…
—
¿Y Puigdemont?
—
Desde luego, Rajoy no. Entiendo que el
Gobierno ha actuado bajo el amparo de una norma constitucional que le permite
medidas excepcionales para atajar la vulneración de la Constitución, la
extralimitación de las competencias en los poderes ejecutivo y legislativo.
Verás, un momento decisivo de toda esta situación se produjo cuando la
administración catalana quedó intervenida y todos estábamos expectantes ante la
actitud que tomarían los mandos de la Policía y los funcionarios. ¿Sabes qué me
vino a la mente horas antes?
—
No.
—
1936. Un jefe de puesto de la Guardia Civil en
un pueblo de Cataluña acuciado por unos cuantos simpatizantes de los sublevados
para que se sumara al golpe. Una decisión entre acatar el orden constitucional
o adherirse a una sublevación contra esa Constitución. Si los actos del gobierno autonómico no son un golpe de Estado se parece bastante. Y minimizar la importancia
del pulso al Estado es equivocado,
especialmente si se mantiene ese pulso. Es curioso que los que califican al
estado español de franquista me hayan evocado precisamente a los sublevados contra
la República. No por sus recursos, que difieren abismalmente, por intentar
sustituir un orden constitucional por otro sin tener derecho a ello.
El madroño que tenemos a nuestra izquierda ya no nos deja que nos
caliente el sol. Le propongo seguir charlando al mismo tiempo que caminamos.
Mira el reloj y tuerce un poco el gesto. Me concede algo más de tiempo.
—
Los suizos no tenéis esos problemas.
—
Los tuvimos y muchos se resolvieron por la
fuerza de las armas. También se recurrió a la guerra y a la dominación, no
creas que hemos sido siempre tan pacíficos. Pero de eso hace muchos siglos.
Pero no se debe olvidar que Suiza es lo que es porque las demás naciones así lo
quisieron. Nunca faltan los problemas. Veo mi país encerrado en sí mismo. Y
llegará un momento en el que, de la misma manera que no se pudo seguir viviendo
exclusivamente de hacer relojes, el sistema económico, que no es imperecedero, se
desmorone por la fuerza de los hechos. Ya te he dicho que la forma de vida
capitalista es insostenible y además es injusta. ¿Pero a quién le importa la
justicia? La verdadera justicia.
Al pasear, nos salen al encuentro de los ojos los arbustos, el
verde de las coníferas y los tonos, entre amarillos y dorados, de los árboles
que se preparan para un invierno que, sospecho, no será demasiado crudo. Sin
ponernos de acuerdo, como si nos hubiéramos dado cuenta de que deberíamos
aprovechar mejor lo que nos ofrece el paseo por el jardín, hablamos del otoño,
de las hojas muertas, de los olmos y de la belleza de cipreses y sequoias. El tiempo se termina. Él se marchará y yo me quedaré para ver una exposición en
uno de los pabellones. Junto a la tapia de la cuesta de Moyano nos despedimos y
durante unos minutos permanezco quieto viendo como se aleja por el camino,
buscando la salida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario