Mi primer acercamiento a La Muerte en Venecia se produjo a
través de la adaptación cinematográfica de Visconti. Cuando la recuerdo, emerge
el rostro de Dirk Bogard observando a través de sus lentes las idas y venidas
de Tadzio. Después, el relato de Mann, sujeto, inevitablemente,
al ambiente, a los rostros y a las escenas de la película; desventajas de
llevar la literatura al cine. Como corresponde, en la ópera de Britten se acentúa la carga
dramática; todo es más intenso: la obsesión, el estupor, el sufrimiento, los
sueños…
Un relato, una película y una ópera; un trío generador de
múltiples estudios sobre sus autores,
desde los puntos de vista artísticos y técnicos
hasta sus motivaciones profundas. De la misma manera, poco queda ya por
decir del protagonista Aschenbach. Como suele suceder, se han escrito múltiples
visiones del mensaje que el escritor alemán pretendía transmitir con su obra,
aspecto inevitable de la creación literaria. En muchas ocasiones los artistas
pretenden, con sus obras, expresar ideas, objetivos, explicaciones, tomar
partido. En otras, solo mostrar lo que ven, o han visto, sus ojos. Otros crean sin ningún interés
comunicativo concreto; solo dejan fluir su imaginación en un momento
determinado con la única condición de su estado de ánimo y sobre el sustrato,
muchas veces inconsciente, de su experiencia vital. Los investigadores bucearán en el conjunto de
las obras de un autor; verán rasgos comunes, identificarán etapas e influencias
y propondrán explicaciones, más o menos acertadas; pero, salvo que se cuente con la explicación del
autor, no dejarán de ser especulaciones
sujetas también a ideas preconcebidas, a lugares comunes y a experiencias vitales
de críticos y de estudiosos. No es difícil encontrar opiniones
contrapuestas en el análisis de obras artísticas, ni tampoco costará mucho
encontrar quien opina que es una tarea, la de buscar ciertas explicaciones,
simplemente, inútil.
La versión operística de La Muerte en Venecia me mueve a
dejar fluir la palabra. Obra abundante en hebras para tirar del ovillo.
Lógicamente, Aschenbach cuenta con multitud de análisis; no voy a escribir uno
más. La presencia de Tadzio es un campo más abierto y las breves pinceladas que
lo dibujan en el relato dejan muchas puertas abiertas a la imaginación…
El menor y único varón entre los tres hijos del matrimonio,
emparentado, por parte de madre, con los más altos representantes de la nobleza
polaca, gozó siempre de una salud envidiable. Un ejército de niñeras y
sirvientas procuraba que el infante no sufriera percance ni privación, siendo
así desde el momento de nacer. No era para menos; tras el nacimiento de sus
hermanas y la muerte en el parto de un varón que podía haber ocupado el
tercer lugar entre los hermanos, la
llegada de Tadzio fue una maravillosa ventura para la familia. Pronto dio
muestras de cuál había de ser su carácter. Tomó de su madre la facilidad para centrar
la atención; su estar sereno y apacible le permitía captar todos los estímulos
que el ambiente podía mostrar. Seguramente por no tener necesidad de disputar
cualquier cosa que necesitase, la ansiedad y el enojo eran desconocidos para
él. Cuando sus hermanas se metían en bizantinas discusiones, el ambiente se le
hacía insoportable y, sin darle importancia, desaparecía de la escena; se le
podía encontrar, después, apoyado en la balaustrada, contemplando los correteos
de los mirlos por el jardín. Además de
las prerrogativas que le daban su sexo y el orden entre los hijos del
matrimonio, su forma de ser le otorgaba un gran respeto por parte de
sirvientes, hermanas e, incluso, de sus propios padres.
Sus estancias en Venecia, acompañado de la madre, sus
hermanas y una criada, le ofrecían la ocasión de salir del ambiente
excesivamente formal, y un tanto enfermizo, de la gran casona de Cracovia y de
la asfixiante disciplina impuesta por los sacerdotes rectores del colegio. El mismo
respeto que le ofrecían en su hogar le tenían los amigos de juegos, con el
añadido de la admiración, pues su incipiente adolescencia de catorce años
estaba modelando su rostro con bellos rasgos. Lanzarse una pelota, las carreras por la playa y las
animosas reuniones con los amigos en el Lido, mientras las pequeñas olas le
lamían los pies, eran la ocupación principal de aquellos días. En los ratos
previos a la comida, o mientras se reunía el grupo de amigos, le gustaba
acariciar levemente el agua, mostrando, entonces, un aspecto pensativo.
A pesar de la lejanía que le separaba de la mesa de Aschenbach en el gran comedor
del hotel, pudo apreciar la presencia del escritor el primer día que
coincidieron en el almuerzo. Al finalizar y levantarse, precedido de su madre y
sus hermanas, reparó en la atención prestada por aquel a sus movimientos.
Tadzio paró un instante, giró la cabeza y también le miró. El encuentro de
miradas se hizo cotidiano entre ellos en los momentos de coincidencia. Junto al
mar, el muchacho se sentía observado, al mismo tiempo que jugaba a la pelota, a
un tiro de piedra del escritor, que seguía siempre sus movimientos sin perder
detalle.
A Tadzio aquellos encuentros visuales le parecían conversaciones y llegó un momento
en que anheló intercambiar palabras; la
presencia de Aschenbach le resultaba familiar. Sentía inquietud por conocer a
quien muchas veces se había encontrado con la mirada y mostraba tanto interés
en él. Saber quién era, a qué se dedicaba, el país del que procedía y en qué
lengua hablaba hubiera saciado la curiosidad del adolescente.
Como en otras ocasiones, pudo ver al escritor observándole,
pero algo llamó la atención de Tadzio de tal forma que este desvió un instante
su atención del juego, distracción que le supuso el leve impacto, en el rostro, de la pelota que debería haber
sujetado.Generalmente de oscuro, en aquella ocasión Aschenbach vestía un traje
claro con algún detalle de color; incluso, al muchacho le pareció ver su pelo más oscuro de lo habitual.
Días después, contemplando la vista
que se le ofrecía desde su habitación divisó a un paseante solitario camino de
la entrada del hotel. Aquello le hizo pensar en el solitario huésped que se
sentaba en la playa para verlo jugar. Evocó los momentos en que había sido
consciente de su presencia y albergó la esperanza de que en algún momento hubiese
un saludo, quizá un breve comentario, aunque fuese en un extraño idioma. Absurdamente,
Aschenbach, en ese instante, se encontraba al otro lado de la puerta de la
habitación de Tadzio, atenazado por su indecisión, abrumado por sus fantasmas,
sumido en una espiral obsesiva. Incapaz de entablar, utilizando la naturalidad,
una relación con la familia polaca y,
por tanto, con Tadzio, no pudo
ahuyentar las nubes de la tormenta que
estaba soportando.
Después, la marcha. La última mirada. El adiós silencioso.
El fin.
Llegado el momento, y a pesar del empeño de la familia por
disuadirle, Tadzio, vio en la milicia la ocasión de luchar por los ideales generados
en su juventud y comenzó la vida militar en una escuela de oficiales polacos en
Rusia.
La violencia, como las epidemias recurrentes, siempre está
latente en esa especie fallida que es la humana. También, como en las
epidemias, la violencia rebrota con vigor. La destrucción y la masacre asolaron
Europa, el mundo.
Al lado de sus
compatriotas, luchadores junto a las tropas del zar, el joven, la obsesión de
Aschenbach, cinco años después de su encuentro en Venecia, terminó destripado
entre escombros, como tantos otros jóvenes, por los austríacos o por los bolcheviques,
¡qué importa! Con diecinueve años, la vida de Tadzio no dio para más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario