Un fraile franciscano, desde su escondite, presencia una
conversación y la ocultación de un pergamino de contenido comprometedor. Cuando
se encuentra solo, se lleva el escrito metiéndolo en el interior de los calzones. Más adelante lo copiará, ocasión que el autor
de Los hijos del Grial, Peter Berling, utiliza para darnos a conocer el texto
subversivo. Este resulta ser un feroz
ataque al cristianismo, desde sus comienzos hasta la época que se relata, en la
primera mitad del siglo XIII. Por la forma en la que el contenido está incluido
en el conjunto y por la carga emocional que trasluce, interpreto que es el
mismo pensamiento de Berling el que
leemos. Esa evolución del cristianismo, calificada de vergonzosa en el relato, es
la que se apresta a contrarrestar el autor del pergamino. En él se responsabiliza a los que han enfrentado a las dos grandes
religiones existentes en la edad media
de convertir el mar Mediterráneo
en un abismo que separa a Occidente de los países de Oriente, cuando debería
ser un puente; lo que quiere no es el Mare
Nostrum romano sino la mediaterra que debería hermanar culturas y religiones.
He tenido la fortuna de asistir al espectáculo Mediterráneo
de Miguel Ángel Berna y su compañía de danza, y recordé el
texto de Los hijos del Grial: un mar para la paz, el entendimiento y el
progreso.
La creación de Berna es un poema a base de música y letra, de
danzas vestidas con telas que son olas y espuma; de bandurria, laúd y
castañuelas en mixtura de Aragón con las riberas besadas por el Mediterráneo.
"Aguante y sentimiento" se escucha en la emocionante jota. Hay
aguante en el giro acelerado levantando el vuelo, en el virtuosismo rítmico de
la música resultante de la unión de la castañuela y el dedo corazón, en la
potencia puesta en la nota saliendo de la garganta… Y el sentimiento: logró la conexión especial,
particular porque es de cada persona que presencia y general porque implica al
conjunto de los espectadores, que llaman “química”, aunque llamarla sentimiento
me gusta más. Bailarines, cantantes, actores, incluso profesores y oradores, todos aquellos con un auditorio ante sí, experimentan a veces la entrega total del
público. Este, entonces, responde con la emoción, con sensaciones en la piel,
con una corriente inmaterial recorriendo las butacas. La tensión producida escapa
con exclamaciones y se descarga con el aplauso rabioso.
Así es Mediterráneo, la creación de Miguel Ángel Berna
hablándonos del mar que nos une, de esas tierras de corazón cálido con olor de azafrán,
de fruta, de huerta y de viento marino; unos
lugares de sol generoso mostrando un derroche de azules y blancos. Ojalá no
nos roben el Mediterráneo con brumosos vientos del norte queriendo imponer su
hegemonía y uniformidad.
El espectáculo logró traer a flote un sentimiento de
pertenencia por encima de países y fronteras, y el orgullo de sentirse incluido
en la cultura mediterránea. Miguel Ángel Berna y su compañía consiguen que
nuestro mar sea más terramedia.
Binibèca, Menorca |
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