No me quiero imaginar que se pudiera hacer realidad la
colonización de algún cuerpo celestial por nuestra sublime y egoísta especie.
Porque, probablemente, además del pretexto de perpetuación de la especie, lo
que se pretendería es trasplantar también la forma de vida. (He oído
recientemente a un político de “centroderecha”, naturalmente, que, ante el
avance de alternativas “populistas”, para eso están ellos, los de
centroderecha, para defender “nuestra forma de vida”. Nos podríamos preguntar:
la forma de vida… ¿de quién? Ejemplos de seres humanos que no están muy
contentos con su forma de vida, los hay.)
Esa forma de vida transportada a otro lugar del espacio
querría reproducir, incluido el béisbol, una determinada manera de entender la
existencia y su relación con el medio. Por otra parte, a estas alturas no se ha
conseguido otra manera de funcionar que no sea sustentar el bienestar de unos
sobre la explotación de los otros. ¿A quién y a qué se explotaría en el caso de
que los humanos buscasen otra residencia espacial?
Los seres vivos poseen mecanismos para la reproducción y
para mantener su especie mientras exista el planeta como tal, facilitando la
aparición de nuevas especies por evolución de las anteriores, pudiendo entrar
en competencia con las existentes, conviviendo con ellas o suponiendo la merma
de su población y su extinción. Todos los seres vivos están sometidos a este
proceso, los humanos también. La diferencia es que nosotros somos conscientes
de ello y es posible que en el futuro la humanidad se viera en la obligación de
intervenir para salvar la especie y marcharse de aquí.
Me pregunto: ¿qué supondría para el cosmos la desaparición
de la especie humana? La vida es maravillosa, pero somos una pequeña partícula
perdida en la infinitud del universo cuya existencia es un suspiro inapreciable
en la duración del todo. Sin embargo, nosotros, los reyes de la creación,
hacemos y deshacemos en el planeta, como si fuese nuestro, para mantener
nuestra forma de vida: impedimos la libre circulación de personas entre continentes
y países, denegamos el acceso a los alimentos que produce la naturaleza porque
el terreno sobre el que se sustentan tiene dueño, disponemos de los productos
originados durante millones de años y nos creemos con derechos sobre plantas y
animales para tener más confort, prolongar la vida o entretenernos mientras esperamos la muerte, como dice
Soprano.
Tengo muchas dudas respecto a si la especie se merece ser
salvada en caso de cataclismo. Conocemos lo suficiente para que una parte de
nosotros tenga una mejor existencia y disfrute de una mayor esperanza de vida,
pues al final todo se resumen en eso; pero, como especie, ¿qué hemos aportado
al todo? Entre la actualidad y el Antiguo Egipto, ¿cuál es la diferencia para
el cosmos? No nos diferenciamos en nada. Seguimos montados en el planeta en un
viaje que, este sí, es a ninguna parte.
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