Trajes y batas de cola negromirlo, con Madrid en danza. Breves
toques cromáticos de cíngulo y pañuelo al cuello, resaltando la negritud del
conjunto. Juegos en pareja con mantones de colores, y entusiasmo expreso de
repetidos ¡oh! y suspiros extranjeros adyacentes acentuados en francés. Romero de Torres en
instantáneas chinescas añadidas a la congelación de las escenas. Magistral
técnica en el manejo de la luz y de la sombra. Emoción en el taconeo, en el
jaleo, en la cara sudorosa y en las manos, en retorcidos de brazos y tronco; en
el toque de guitarra y el palmeo, en el agarrado de la bata, el mantón y la
chaquetilla. Y el cante…solo, dúo, trío, y el bailarín en el centro: se
comprende. Derroche de energía y buena forma, sin apenas descanso: el
imprescindible para el intercambio de figura. Asomo de recuerdos imborrables
del primer flamenco en vivo: camelamos
naquerar, cadenas y grilletes, desgarros en el grito, semilla de
comprensión.
Nómada: ¿por qué? ¿Cuál es la partida? ¿Dónde la parada?
¿Con la casa a cuestas: música a otra parte; otros ojos, distintos oídos,
diferentes sensibilidades? ¿O es un de acá para allá más profundo? ¿Un ir y
venir en el rol establecido?
Mensaje constructivo, elegante y sincero en ese bis del trío;
ausencia de recursos facilones de última
hora, ejemplos de descrédito e irrespetuosidad hacia los espectadores: tupido
telón sobre esos otros teatros.
Todos en pie. Ahora otras palmas merecidas, intensas, con el
solo ritmo de la satisfacción y el contento, premio moral en compensación del
disfrute: “Nómada” Manuel Liñán y
compañía.
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