¡Sosiego, caballeros! ¿Acaso no consuela al deudo de la persona que pasó a mejor vida
conservar un manojo de cabellos y ponerlo allá donde siempre presente esté y le
vengan a las mientes su genio y su figura? ¿Agora disputarán si obran bien, o es fechoría,
descubrir mi osamenta, o lo que quede de ella, mostrarla y ponerla en
admiración? No serán tenidos por mentecatos los que se empeñen en hallar
esqueletos ilustres, pues a las creaturas de Dios, aqueste y al otro lado del
mundo, les place sobremanera, y para mostrar reverencia, hacer acopio de huesos
y calaveras.
Catedrales, abadías,
iglesias y conventos atesoran toda
suerte de restos de los que habitan el cielo; y acércanse caballeros y damas, clérigos y hombres de
armas, mozas y viejas, príncipes y jornaleros y póstranse y alzan plegarias
delante de las reliquias. Y no es que me tenga yo por igual que los santos y los mártires,
¡válame Jesucristo, Nuestro Señor!, que dejé el cuerpo mortal hace siglos,
confesado y comulgado, ungido con los santos óleos al punto de expirar, con un brazo
mudado en miembro inútil en la lid por la Cristiandad, bendecido por el favor
de indulgencias obtenidas lo mesmo por
limosnas que por penitencias, y aún me hallo sin el gozo de la gloria junto a
Dios Padre. Purgatorio debe ser donde me encuentro, aunque más conforme sería
decir que es limbo porque no padezco ni me quemo ni me azotan ni en amargura me
encuentro; aunque, a decir verdad, tampoco
me importuna pasión que valga tal nombre. Siglos son ya la espera; mas en esta clase de anhelos el tiempo se trastoca
y pareciera que llevo en capilla lo que se tarda en rezar un avemaría. No
dispongo de entretenimiento, pero es menester decir que la imaginación sigue
viva y puesto que El Ingenioso Manchego y su escudero y Dulcinea y los demás, a
los que dejaré de nombrar por no cansar a vuestras mercedes, hijos míos son de
mi discurrir, y tenemos a bien entre todos platicar y aunque mi pena, por ser
tan gran pecador, se prolongare hasta el Juicio Final, tendré que dar razón de
que en aqueste lugar mi alma no está tan mal.
Juzgaron vuestras mercedes mi vida y mis milagros, que así
llamo yo a mis libros, y aunque soy melindroso con la fama que nunca procuré en
demasía, pues pareciome un humilde servicio el escribir, por favorecer las
buenas artes de buena gana defiendo un
monumento a mis huesos. Si ha de ser, que sea, con permiso de la Santa Madre
Iglesia, ya que soy fiel devoto de la fe verdadera. Paréceme que no es
necesario osar en extenderse, mas entiéndase la sencillez con la que viví a la
hora de exponer lo que queda de mí y ni un maravedí de más se haya de gastar en
ello, pues harto difícil es administrar con honradez y equidad los dineros de la villa.
De aquesta manera, y pidiendo el perdón por la comparación
con la morada del Señor, yo mesmo y todos los que a las letras nos dedicamos
podremos gozar de la gloria y ser
tenidos por santos de la religión de las artes y como tales reverenciados, que
ello no daña y puede trocarse en acto de justicia.
Otros con mi mismo oficio pudieran quedar en tumbas perdidas
o inhumados en vergonzosa manera, sin nombre patente ni manifiesto; pues búsquense y denles un buen fin a su
historia tanto como pudieren.
De todo ello os ruego que me hagáis merced.
M.C.
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