El momento más sublime del juicio se produjo con la
intervención de una experta en lingüística, propuesta para explicar los
posibles significados de una expresión en catalán al traducirla al castellano.
¡Qué delicia escucharla! ¡Qué propiedad en el hablar! Una lástima que su
intervención durase tan poco. Se podía estar disfrutando de su dicción, de su
precisión, durante horas sin cansarnos.
A otro nivel de anécdota nos encontramos con los momentos de
gloria de la marca de agendas Moleskine, que deben ser que visten mucho en los
círculos políticos. Yo pensaba, ajeno a ese mundo de la marca de postín, que
eso de la agenda Moleskine, tan mencionada en la vista, sería algo así como un plan, una hoja de ruta,
de algún pensador o teórico de la autodeterminación, pero me caí del nido
cuando en unos importantes grandes almacenes las agendas Moleskine tienen
expositor propio, separado de las agendas del montón. En ese momento me di cuenta de
que, lógicamente, el proceso de secesión catalán no podía tener relación con
una agenda corriente y moliente y que en esto de las agendas también existe la
pijada.
Anecdótico también fue el error de una de las abogadas del Estado cuando se dirigió al presidente
del tribunal rebajando el tratamiento a ilustrísimo, en lugar de excelentísimo.
Craso error, que todavía hay clases, cometido después de que el presidente
ejerciera su autoridad cortando o reconduciendo con firmeza la intervención de
la abogada. Cosas del subconsciente.
Este asunto de los tratamientos habría que analizarlo y
plantearse qué función tienen hoy día unos protocolos nacidos en otras épocas
en donde las sociedades se encontraban muy mediatizadas por las clases, las
categorías y las castas. Me pareció digno de caricatura presenciar a dos
personas llamándose recíprocamente “excelentísimo señor”. La verdad es que esos tratamientos quedan
anacrónicos, reductos nostálgicos de tiempos pasados en donde la igualdad entre
ciudadanos no se concebía. Quizá el día que España sea una república, y nadie
sea más que nadie, se abandonen esos protocolos.
Entre tanto tratamiento, resulta chocante, y a mí me parece
escandaloso, que el encargado de manejar la transmisión de la señal de la sala
fuese simplemente “Paco”. Este grado de familiaridad es impropio de la
solemnidad de un juicio de estas características. Por muy conserje, ujier o lo
que sea, por muy abajo que se encuentre
alguien en estas divisiones sociales que manejamos, esa persona se merecía un “señor”
seguido de “conserje”, “técnico” o lo que quiera que fuese. El hecho de
dirigirse a él en público como “Paco”, a secas, denota una importante falta de
estilo o un clasismo galopante, que todo puede ser. O todos somos don Francisco
o todos somos Paco. Elijan.
Hablando de otra cosa menos seria: dada la categoría de la
sala me sorprendió una afirmación/pregunta de uno de los fiscales, refiriéndose
a los avisos previos que se producían
para dar cuenta de la llegada inminente de convoyes de la policía. El fiscal
dijo algo así cómo: “o sea, para dar el queo”. Esperé que siguiera con la jerga
en su intervención y saliese a relucir “el trullo” o “la pasma”. Hubiera estado
simpático, pero no pasó de ahí, aunque de esta manera fuimos conscientes de su
dominio en el manejo de diferentes registros.
Terminamos. No hay detalle el que no se pueda aprender y del
que no se puedan sacar conclusiones. Esos detalles pueden decir más que las
trilladas grandes palabras y son más significativos que muchas parafernalias
ancladas en la tradición. Todo importa.
Aldeabitácora agradece al Zorro Desenmascarador el trabajo
realizado durante meses para darnos su visión de este juicio y por aportar su
grano de arena a la Verdad y a la Justicia. Esperamos contar con este héroe en
más ocasiones. De nuevo: GRACIAS.